Cuando el sol del atardecer pega sobre la montaña que se enfrenta a las ruinas de Machu Picchu se pueden observar diseños humanos realizados sobre la falda de la montaña que son realzados por la vegetación existente. Es un pico que se encuentra frente al hotel turístico y que nunca sale en las fotos de las agencias de turismo. Cada uno de los grifos podrían llegar a medir unos diez metros de alto y se extienden desde un extremo hasta el otro de la cumbre. Cuando uno pregunta se da cuenta que no ha descubierto la pólvora, pues le contestan que todas las montañas circundantes tienen construcciones y que el dinero no ha alcanzado para descubrir todo lo que la selva oculta.
Como con las ruinas Mayas, hay mucho más por descubrir cuando la selva sea despejada, pero para ello hacen falta recursos y tiempo, cosas que al parecer andan faltando.
Como con las ruinas Mayas, hay mucho más por descubrir cuando la selva sea despejada, pero para ello hacen falta recursos y tiempo, cosas que al parecer andan faltando.
A uno allí le cuentan las historia oficial de sus orígenes y de sus mal llamado descubrimiento, cuando en realidad nunca estuvieron perdidas. Las primeras referencias directas sobre visitantes a las ruinas de Machu Picchu indican que Agustín Lizárraga, un arrendatario de tierras cusqueño, llegó al sitio el 14 de julio de 1902 guiando a los también cusqueños Gabino Sánchez, Enrique Palma y Justo Ochoa. Los visitantes dejaron un graffiti con sus nombres en uno de los muros del templo de las Tres Ventanas que fue posteriormente verificado por varias personas.
Existen informaciones que sugieren que Lizárraga ya había visitado Machu Picchu en compañía de Luis Béjar en 1894. Lizárraga les mostraba las construcciones a los «visitantes», aunque la naturaleza de sus actividades no ha sido hasta hoy investigada apropiadamente.
Hiram Bingham, un profesor estadounidense de historia interesado en encontrar los últimos reductos incaicos de Vilcabamba oyó sobre Lizárraga a partir de sus contactos con los hacendados locales. Fue así como llegó a Machu Picchu el 24 de julio de 1911 guiado por otro arrendatario de tierras, Melchor Arteaga, y acompañado por un sargento de la guardia civil peruana de apellido Carrasco que oficiaba de guía y traductor. Encontraron a dos familias de campesinos viviendo allí: los Recharte y los Álvarez, quienes usaban los andenes del sur de las ruinas para cultivar y bebían el agua de un canal incaico que aún funcionaba y que traía agua de un manantial. Las tierras en que se encontraba Machu Picchu incluso tenían dueño, Mariano Ignacio Ferro, aunque desconocía que las ruinas fuesen de importancia (y tampoco sabía que hubiese campesinos viviendo en ellas). Pablo Recharte, uno de los niños de Machu Picchu, guio a Bingham hacia la «zona urbana» cubierta por la maleza y es posible que luego de eso todos hayas sido desalojados.
Bingham quedó muy impresionado por lo que vio y gestionó los auspicios de la Universidad de Yale, la National Geographic Society y el gobierno peruano para iniciar de inmediato el estudio científico del sitio. Así, con el ingeniero Ellwood Erdis, el osteólogo George Eaton, la participación directa de Toribio Recharte y Anacleto Álvarez y un grupo de anónimos trabajadores de la zona, Bingham dirigió trabajos arqueológicos en Machu Picchu desde 1912 hasta 1915 período en el que se despejó la maleza y se excavaron tumbas incas en los extramuros de la ciudad. La «vida pública» de Machu Picchu comienza en 1913 con la publicación de todo lo actuado en un artículo en la revista de la National Geographic.
Si bien es claro que Bingham no descubre Machu Picchu en el sentido estricto de la palabra, es indudable que tuvo el mérito de ser la primera persona en reconocer la importancia de las ruinas, estudiándolas con un equipo multidisciplinario y divulgando sus hallazgos. Ello pese a que los criterios arqueológicos empleados no fueran los más adecuados desde la perspectiva actual, y pese, también, a la polémica que hasta hoy envuelve la más que irregular salida del país del material arqueológico excavado (que consta de al menos unas 46 332 piezas) y que recién en marzo de 2011 comenzaron a ser devueltas al Perú.
La Yale Peruvian Expedition de 1912 constaba de un geólogo (H.E. Gregory), un osteólogo (George F. Eaton), topógrafo jefe (A.H. Bumstead) y ayudantes topógrafos (K.C. Heald y R. Stephenson), un arqueólogo (Ellwood C. Erdis), un médico (L.T. Nelson) y 3 ayudantes (P. Bestor, O. Hardy y J. Little). Hiram Bingham era el director. Los objetivos de la expedición eran limpiar de vegetación, cartografiar y excavar en las ruinas de Machu Picchu (ver resultados en última foto); además realizaron estudios antropológicos y geológicos en la región de Cuzco, estudios topográficos, geológicos y meteorológicos, de Historia Natural y nuevas exploraciones arqueológicas (valle del Aobamba, Vitcos, Vilcabamba la Vieja y acceso septentrional a Choquequirao).
En Julio de 1912 la catástrofe del Titanic, hundido menos de 3 meses antes, aún tenía consternada a la sociedad norteamericana y europea. Por entonces los miembros de la segunda expedición de Yale llegaban a Machu Picchu abriéndo otra página de la historia…
En Julio de 1912 la catástrofe del Titanic, hundido menos de 3 meses antes, aún tenía consternada a la sociedad norteamericana y europea. Por entonces los miembros de la segunda expedición de Yale llegaban a Machu Picchu abriéndo otra página de la historia…
Aquí podrá leer una nota mucho más completa sobre el tema.
Fotos: Perú.com, Info: Wikipedia y Formentí Natura
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