Historias de amor, tristeza, fortuna, reencuentros y un crimen descansan en silencio al costado de la Ruta 2. Durante décadas, millones de turistas rumbo a la costa atlántica han visto sobre su hombro derecho un centenario castillo estilo francés con paredes salmón, tejas y una enorme torre. Se trata de "La Raquel", una estancia que encierra el testimonio aún vivo de lo que fueron las tradiciones burguesas de mediados del Siglo XIX, condensadas en la historia de Felicitas Guerrero, una bella y joven millonaria cuya apasionante vida terminó en tragedia.
El castillo, tal como hoy es retratado desde las ventanillas de los autos que pasan por el kilómetro 168 de la autovía, fue construido en 1894, aunque su torre fue terminada años más tarde. Está ubicado a la vera del río Salado y cuenta con 80 hectáreas, 40 de ellas parquizadas por el paisajista danés Forkel.
Muy cerca de allí, por esas tierras, pasaba sus días Felicitas Guerrero, la bellísima, rebelde y talentosa hija de Carlos José Guerrero. Entre las familias porteñas poderosas, Felicitas era conocida, a sus 15 años, como "La joya de los salones porteños". Y fue en ese tiempo cuanto su padre, fiel a las costumbres de la época, arregló un casamiento con un adinerado amigo, Martín de Alzaga, propietario de las estancias donde hoy se ubican balnearios como Pinamar y Cariló.
En ese momento comenzó la novelada historia de nuestra protagonista. "Ella al principio no quería saber nada con su marido, que era 40 años mayor. Ella era muy inquieta. Pintaba, tocaba el piano, actuaba... Se casó a regañadientes", reconstruye hoy Cecilia Guerrero, sobrina bisnieta de Felicitas y una de las herederas del castillo, que durante años fue un atractivo turístico y hoy se repiensa como espacio para eventos, convenciones y presentaciones culturales.
Con el tiempo, cuenta Cecilia, Felicitas se encariñó con su marido y tuvo dos hijos, pero la alegría fue efímera. Uno murió al nacer y el otro a los pocos años, víctima de una epidemia de fiebre amarilla. A principios de 1870 también murió su esposo y Felicitas, con poco más de 20 años, quedó viuda y millonaria, a cargo de una enormidad de tierras.
Tres años después y durante uno de sus viajes en carruaje hacia otra de las estancias cercanas, La Postrera, Felicitas quedó atascada en medio de una tormenta y conoció a Samuel Sáenz Valiente, un joven propietario de la zona. El hombre la rescató de la tormenta y la invitó a refugiarse en su estancia.
No pasó demasiado hasta que Felicitas y Samuel entablaron un romance y echaron por tierra las pretensiones de varios referentes de la aristocracia porteña de la época, que tenían puestos sus ojos en la joven, atractiva y acaudalada mujer.
Celebración y muerte
El 29 enero de 1872, Felicitas volvía de Buenos Aires hacia La Postrera, donde iba a inaugurar un puente sobre el Salado y además anunciaría su matrimonio con Sáenz Valiente. Sin embargo, en uno de los salones la esperaba Enrique Ocampo, un antiguo pretendiente que no se resignaba a verla, una vez más, en los brazos de otro hombre. Luego de una fuerte discusión, Ocampo le disparó por la espalda a Felicitas y luego se suicidó. La mujer, víctima de uno de los femicidios más resonantes de la época, moriría al día siguiente.
Toda aquella fortuna quedó en manos de los padres de Felicitas Guerrero y, con los años y las herencias, algunas de esas estancias terminaron en localidades como Pinamar, Cariló e incluso Valeria del Mar, que lleva su nombre por Valeria Guerrero, su sobrina.
Allí, en Castelli, a metros de la Ruta 2, transcurrió buena parte de la vida de Felicitas. Su historia descansa, aún latente, en los alrededores de ese castillo que, más de una vez, llamó la atención de los veraneantes argentinos.
El castillo, tal como hoy es retratado desde las ventanillas de los autos que pasan por el kilómetro 168 de la autovía, fue construido en 1894, aunque su torre fue terminada años más tarde. Está ubicado a la vera del río Salado y cuenta con 80 hectáreas, 40 de ellas parquizadas por el paisajista danés Forkel.
Muy cerca de allí, por esas tierras, pasaba sus días Felicitas Guerrero, la bellísima, rebelde y talentosa hija de Carlos José Guerrero. Entre las familias porteñas poderosas, Felicitas era conocida, a sus 15 años, como "La joya de los salones porteños". Y fue en ese tiempo cuanto su padre, fiel a las costumbres de la época, arregló un casamiento con un adinerado amigo, Martín de Alzaga, propietario de las estancias donde hoy se ubican balnearios como Pinamar y Cariló.
En ese momento comenzó la novelada historia de nuestra protagonista. "Ella al principio no quería saber nada con su marido, que era 40 años mayor. Ella era muy inquieta. Pintaba, tocaba el piano, actuaba... Se casó a regañadientes", reconstruye hoy Cecilia Guerrero, sobrina bisnieta de Felicitas y una de las herederas del castillo, que durante años fue un atractivo turístico y hoy se repiensa como espacio para eventos, convenciones y presentaciones culturales.
Con el tiempo, cuenta Cecilia, Felicitas se encariñó con su marido y tuvo dos hijos, pero la alegría fue efímera. Uno murió al nacer y el otro a los pocos años, víctima de una epidemia de fiebre amarilla. A principios de 1870 también murió su esposo y Felicitas, con poco más de 20 años, quedó viuda y millonaria, a cargo de una enormidad de tierras.
Tres años después y durante uno de sus viajes en carruaje hacia otra de las estancias cercanas, La Postrera, Felicitas quedó atascada en medio de una tormenta y conoció a Samuel Sáenz Valiente, un joven propietario de la zona. El hombre la rescató de la tormenta y la invitó a refugiarse en su estancia.
No pasó demasiado hasta que Felicitas y Samuel entablaron un romance y echaron por tierra las pretensiones de varios referentes de la aristocracia porteña de la época, que tenían puestos sus ojos en la joven, atractiva y acaudalada mujer.
Celebración y muerte
El 29 enero de 1872, Felicitas volvía de Buenos Aires hacia La Postrera, donde iba a inaugurar un puente sobre el Salado y además anunciaría su matrimonio con Sáenz Valiente. Sin embargo, en uno de los salones la esperaba Enrique Ocampo, un antiguo pretendiente que no se resignaba a verla, una vez más, en los brazos de otro hombre. Luego de una fuerte discusión, Ocampo le disparó por la espalda a Felicitas y luego se suicidó. La mujer, víctima de uno de los femicidios más resonantes de la época, moriría al día siguiente.
Toda aquella fortuna quedó en manos de los padres de Felicitas Guerrero y, con los años y las herencias, algunas de esas estancias terminaron en localidades como Pinamar, Cariló e incluso Valeria del Mar, que lleva su nombre por Valeria Guerrero, su sobrina.
Allí, en Castelli, a metros de la Ruta 2, transcurrió buena parte de la vida de Felicitas. Su historia descansa, aún latente, en los alrededores de ese castillo que, más de una vez, llamó la atención de los veraneantes argentinos.
Autor: Tomás Rivas para La Nación
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