La abuela parecía tener cerca de 90 años. Se le notaba en las manos rugosas de tanto laborar. Pequeña , (la podía ver desde el otro lado de la vidriera) parecía tratar de poner una barrera de defensa invisible ante la saliva que partía como escupitajos desde la boca del empleado de PAMI que parecia haber estrenado en sus veintitantos su primer día de furia y lo descargaba sin tapujos sobre la pequeña señora. Ningún supervisor salió al cruce, ningún anciano en la cola podía superar la sorpresa de dicha situación. Mientras las venas sobresalían de su frente a punto de explotar y se escuchaba, yo soy el jefe, nadie me va a decir que hacer, vieja de mierda... etc. etc. la abuela dió media vuelta, se apoyo sobre una señora que salió al cruce poniendo el cuerpo a modo de barrera y se desmayó. Todos conocían al muchacho. Siempre fue violento. No es apto para atender al público, pero es hijo de un gerente, se escuchó decir en la fila, y está haciendo méritos pues le prometieron un ascenso.
Esta anécdota no es nada fuera de lo común. Todos hemos observado como día a día la violencia se apodera de los jóvenes y los no tanto. La falta de una educación centrada en el respeto al prójimo y en su lugar la aparición de una constante búsqueda de poder, los ha llevado a desprenderse de cualquier atisbo de educación. No, no son todos. Aún quedan preciosos exponentes del saber convivir, pero en los últimos años se ha visto un incremento considerable del numero de individuos sin límites. Desde el uso de lenguaje soez en las redes sociales, hasta el maltrato directo a sus familiares.
La violencia verbal, muchas veces es más sutil que el ejemplo del que hablamos. Usualmente ese muchacho puede pasarse el día indicando que el trámite solicitado ya no puede efectuarse, pidiendo mas documentación que la necesaria, indicando que esa fila no es, que haga la otra y luego decirle que no se expresó correctamente, que él no era mago para saber cuál era el trámite que pretendía hacer.
Falta una educación que indique que se es mucho más hombre y mucho más mujer siendo cálido y de buenos modales que a los gritos descargando las propias frustraciones en nuestros vecinos.
Una mujer u hombre que insulta a sus hijos, padres o cónyuge, no es una persona sana. Sufre de una enfermedad social que a todos puede aquejar si no tomamos los recaudos de separar el llamado éxito económico del éxito humano. Cuando todos optemos por perseguir el éxito humano por sobre cualquier otra cosa, no deberemos preocuparnos por tener que obtener respeto.Nadie respeta a Bill Gates, sólo lo envidian, con todo su poder no puede comprar una cosa tan simple que se obtiene sin dinero: el sincero respeto de sus semejantes.
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