lunes, 9 de enero de 2017

Los restaurantes automáticos

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Como en una película muda de ciencia ficción los habitantes de la ciudad de Buenos Aires disfrutaron de una moda que si bien no resultó ampliamente aceptada, dilató su vigencia hasta hace pocos años. Se trata de los restaurantes automáticos, un sistema que  utilizó la misma receta de éxito que los posteriores locales de comida rápida. Eran lugares donde los alimentos se encontraban en máquinas expendedoras, o pequeñas cajoneras que daban en forma directa a una cocina oculta, algo que provocaba un servicio más rápido y barato al eliminar de la ecuación el servicio de mesa. El primero de ellos nació en Alemania a finales del siglo XIX, pero no tardaron en extenderse por el resto de Europa y Estados Unidos. Concretamente, Nueva York fue uno de los principales focos de esa nueva tendencia, que perduró hasta el asentamiento de los grandes restaurantes de comida rápida que hoy se pueden encontrar en casi cada cualquier rincón del mundo.
El último de los restaurantes automáticos también se encontraba en Estados Unidos y cerró en 1991. No obstante, algunas variantes de estas máquinas todavía sobreviven ofreciendo un servicio de 24 horas de diversos productos básicos.


Originalmente las máquinas solo funcionaban mediante monedas. En su formato original, un cajero se sentaba en una cabina de cambio de monedas en el centro del restaurante, tras un ancho mostrador de mármol con cinco a ocho depresiones redondeadas en él. El comensal insertaba el número de monedas solicitadas para un alimento en una máquina y entonces abría una ventanilla que tenía bisagras en la parte superior, para retirar el plato, que normalmente estaba envuelto en papel encerado. Las máquinas eran rellenadas desde la cocina que había tras ellas. La mayoría de restaurantes automáticos de Nueva York también tenían una mesa al estilo de una cafetería donde los clientes podían deslizar una bandeja sobre raíles y elegir platos, que se servían de soperas humeantes.
Inspirado por el Quisiana Automat de Berlín, el primer restaurante automático de los Estados Unidos fue inaugurado el 12 de junio de 1902 en el 818 de Chestnut St. de Filadelfia por Horn & Hardart.  Llegó a Nueva York en 1912 y gradualmente se convirtió en parte de la cultura popular de las ciudades industriales del norte. Horn & Hardart fue la cadena de automats más importante.
En su apogeo, las recetas se guardaban en una caja fuerte, y describían cómo disponer la comida en el plato además de cómo cocinarla.


Si bien la imagen que nos hacemos en nuestra imaginación parece sacada de una vieja película futurista, no es otra que la de un grupo de hombres trajeados, recibiendo sus comidas y bebidas por intermedio de un tubo transpartente  en una típica escena porteña de principios del siglo XX. En esa época donde proliferaban los "bares automáticos".


El mecanismo difería un poco con el de una máquina expendedora como la conocemos hoy. No se exhibían los alimentos o bebidas pues éstos eran preparados detrás de la máquina, por un grupo de personas ocultas por el mostrador. Una extraña mezcla de innovación técnica y trabajo artesanal.
Cuando la ciudad de Buenos Aires creció al extender sus límites, surgió la posibilidad de comprar lotes en zonas alejadas del centro y mudarse. Entonces, muchos empleados tomaron el hábito de almorzar cerca de sus trabajos. Esto llevó a la creación de innumerables fondas, merenderos, restaurantes y por supuesto la llegada de la modernidad para quienes gustaban estar en la cresta de la ola. 


En el año 1907 se inauguró el Bar Automat Europa en el microcentro porteño, más precisamente en Bartolomé Mitre 463. Consistía en un sistema de diez a doce máquinas expendedoras de bebidas frías y calientes -los pocillos de café bajaban en fila por un tubo de vidrio transparente- o sandwiches y empanadas. Las inmensas expendedoras, colocadas en la barra del bar, se accionaban con monedas de diez centavos. Cada cliente se proveía de la comida y la bebida, y se sentaba en cualquiera de las mesas dispuestas como en los bares clásicos.


Según los avisos de la época, se trataba de un “lunch higiénico” porque la comida teóricamente no pasaba por las manos de los cocineros ni de los mozos. El dato era incierto, ya que detrás de las máquinas trabajaba media docena de personas imperceptibles, reponiendo los alimentos y bebidas y sin el control de la mirada atenta de los comensales. Debido a su éxito, los bares automáticos se multiplicaron y más adelante se incorporaron dulces, postres e incluso bebidas alcohólicas.


El más popular de todos fue el Bar Americano en Cangallo 966 (Perón y Carabelas actual). Sus aparatos llenaban de licor los pequeños vasos de los parroquianos. En ese mismo bar, cuando aún era atendido por mozos, se había estrenado el tango “El Choclo”.

Taluego

Fuentes: La Nación, Wikipedia, Daniel Balmaceda.



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