Entre muchas otras habilidades mi hijo también es músico, cosa que felizmente lo diferencia de mí, que soy mucho más crítico pseudo-melómano que ejecutor. Eso hace que en cualquier mínima discusión sobre el tema me exija un análisis un poco más exaustivo de diferentes temas, en este caso la cosa pasó por los "flasmob".
Un flashmob, traducido literalmente del inglés sería algo así como ‘multitud instantánea’ (flash: ‘destello, ráfaga’; mob: ‘multitud’) y es una acción organizada en la que un gran grupo de personas se reúne de repente en un lugar público, realiza algo inusual y luego se dispersa rápidamente. Suelen convocarse a través de las redes sociales y en la mayor parte de los casos, no tienen ningún fin más que el entretenimiento, pero pueden convocarse también con fines políticos, publicitarios o reivindicativos.
Una de las particularidades de estas «tribus temporales» es que dicen no requerir el apoyo de los medios masivos de difusión para comunicarse, coordinarse y actuar de manera conjunta, ya que su comunicación funciona a través de redes sociales virtuales.
Puede tratarse de guerra de almohadas, disfraces, fiestas zombies, bailes, o como el tema que me ocupa, movidas musicales.
Recientemente, la actividad ha sido utilizada como parte de campañas publicitarias de diversos productos, programando la reunión en algún sitio público pero con la participación de bailarines y artistas que simulan un flashmob tradicional pero incluyendo aspectos de la marca que se promueve.
La cuestión es que los flashmob musicales contienen un componente emotivo muy importante que hace que al ser difundidos por YouTube o similares se potencie su efecto. En ese estadio dejan de ser eventos individuales y espontáneos en lo referente al espectador para convertirse en espectáculos guionados que dejan poco para la emoción del momento. Una elaborada mise en scéne que utiliza todos los trucos que disparan la emosión humana.
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Ante la atónita mirada de mi hijo le dije que en realidad los flashmob que se muestran en Internet obedecen al hecho callejero curioso que obliga a la gente a detenerse y observar. Que ese público que se suma es el equivalente al turista saca-fotos o como quien ante un tiroteo o un accidente toma su móvil para grabar el reguero de sangre. Nada de amor por la música y si muchas ganar de VER un evento inusual en un lugar por demás extraño.
Para fundamentar mis dichos le hice recordar un video donde el famoso violinista Joshua Bell, quien tiene como antecedentes haber realizado sus estudios de violín en la Universidad de Indiana y a los catorce años haber sido solista en la Orquesta de Filadelfia, tocando desde entonces con las orquestas y los directores más importantes de todo el mundo, era ignorado por la gente al ejecutar su instrumento en una situación que resultaba poco vistosa.
En ese video uno puede observar la verdadera cultura musical del público transeúnte, así como su real interés por detenerse a disfrutar de la música en medio de sus urgencias. Tan solo dos o tres personas reaccionan como usted esperaría si es fan de los flashmob.
En ese video uno puede observar la verdadera cultura musical del público transeúnte, así como su real interés por detenerse a disfrutar de la música en medio de sus urgencias. Tan solo dos o tres personas reaccionan como usted esperaría si es fan de los flashmob.
Como habrá observado el hecho usual de un músico tocando su instrumento en el subte, aunque éste sea un Stradivarius original, no afecta al promedio de la gente. No hay espectáculo visual que lo atrape, ni una movida social que lo incluya como para filmarlo y subirlo a su red social.
Veamos lo que sí se difunde y se hace pasar como sensibilidad ante la música y no es otra cosa que un evento muy bien organizado, excelentemente filmado y con el mejor sonido que se pueda imaginar en un sitio abierto. Con esto quiero decir, total y absolutamente artificial.
Usted al igual que yo, cuando estamos de paseo nos detenemos a escuchar (y ver) los espectáculos callejeros y valoramos la calidad de los músicos aún cuando no dejemos ni una moneda. Pero no estamos haciendo apreciación musical, somos espectadores de un acontecimiento intencional que nos divierte y que sabemos que nada tiene de emocional ni de espontáneo.
Pero si un día, en su apuro por llegar al trabajo, a punto de perder el subte, para y se pone a escuchar a un violinista solitario que se esfuerza por captar su atención con el sonido que extrae de tan solo cuatro cuerdas, entonces y solo entonces podremos hablar de que usted sabe apreciar la música y no ha sido atrapado por una gran mentira.
Taluego.
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