Publicado originalmente en De Letras Y Colores por el mismo autor.
Algunas cosas sólo necesitan el debido momento para manifestarse. Las condiciones deben estar dadas, materiales e inmateriales. En el caso del
denominado Filete Porteño , como lo han dado en llamar, debemos remitirnos a una combinación reinante en la denominada Belle Epoque o simplemente el cambio de siglo. Los años cercanos al 1900 fueron furioso caldo de cultivo de nuevas expresiones artísticas, pero como decíamos, las condiciones estaban dadas. En Buenos Aires, ese puerto donde el movimiento inmigratorio era asombrosamente similar al de NY o mayor aún, se habían radicado algunos artesanos de uno de los oficios indispensables para el comercio: los letristas.
En su mayoría provenían de Francia y asombraban a la clientela con la maestría con que desarrollan sus engalanados trazos, creando esplendidas inscripciones en vidrieras y carteles. Es que no solo un buen pulso caracteriza al letrista, sus herramientas son muy particulares: pinceles y bandas. Ambos coinciden en estar realizados con pelo de oreja de vaca de hasta cinco centímetros de largo. Los pinceles unen su mango a los pelos mediante una virola metálica, mientras que las bandas carecen de mango. Con estas herramientas, el letrista lograba realizar una carga de pintura tal, que podía ejecutar un solo y largo trazo sin necesidad de levantar el pincel en ningún momento. De esta forma, las líneas obtenidas eran de gran calidad, continuidad y finura. Sin embargo estos artesanos no fueron quienes crearon el filete, debieron converger con otros dos individuos, impensables tal vez, que tuvieron una idea y la llevaron adelante. En aquella época, a finales del siglo XIX, los carros y carretas de color gris tirados por caballos, transportaban alimentos como
leche, fruta, verdura o pan. Por lo general los mismos tenían un único tono de pintura: gris oscuro impuesto hasta ese momento por la municipalidad. El mismo era aplicado directamente en la fábrica, hasta que un buen día, unos pequeños empleados de la que se encontraba situada en la Av. Paseo Colón, inmigrantes italianos que contaban con diez y trece años de edad, por travesura o solo por experimentar, pintaron los chanfles de un carro de colorado. Al ver la obra, el propietario no solo quedó gratamente sorprendido, sino que imaginó la necesidad de avanzar con la idea utilizando líneas (filetes) que separaran los campos de color. Así nuestros pequeños amigos fueron enviados a aprender con los letristas franceses, de los que hablábamos al principio, las técnicas que permitirían a esta fábrica de carruajes, ofrecer a su clientela unidades totalmente personalizadas. Estos pequeños llamados Vicente Brunetti y Cecilio Pascarella fueron los iniciadores junto con Salvatore Venturo, de
esta nueva moda de decoración, asociada principalmente a todo tipo de carruajes. Con el tiempo, la simple línea fue acompañada de un cartel de propaganda, luego se sumaron los dichos, versos y estrofas del cancionero popular, hasta finalizar con la inclusión de la simbología asociada a los motivos decorativos del Art Nouveau, ampliamente utilizados en la arquitectura de la época para decorar las fachadas de las residencias. Las letras pasaron a ser mayormente de tipo Gótica (en la jerga: Ergóstrica), principalmente por su adaptación al estilo decorativo y simétrico que imbuía al fileteado. Comenzaron a utilizarse los enmarcados de imágenes o símbolos, adornados con figuras simétricas de pájaros, flores, diamantes y dragones.
Según lo clasifica Alfredo Genovese en su libro “Filete Porteño” el filete debe cumplir los siguientes lineamientos: alto grado de estilización, preponderancia de colores vivos, marcación de sombras y claroscuros que crean fantasías de profundidad, uso de letra gótica o caracteres muy adornados, recurrencia obsesiva a la simetría,
encierro de cada composición en un marco pintado, sobrecarga del espacio disponible y conceptualización simbólica de muchos de los objetos representados (p.ej. la herradura como símbolo de buena suerte, los dragones como símbolo de fuerza o virilidad).
Y los mensajes que colocaban en carros, camiones o colectivos!!…aquí van unos pocos ejemplos
Lo mejor que hizo la vieja, este pibe que maneja
Mirala de arriba abajo, lo hice con mi trabajo
Muchos miran mi progreso pero pocos mi sacrificio
Nacer no es mas que comenzar a morir
Que Dios te dé el doble de lo que me deseas
Se doman suegras a domicilio
Si querés uno igualito laburá como Marcelito
Ronca pero no duerme
Aprendiendo a vivir se nos va la vida
etc.
Con el tiempo comenzó a disminuir el uso de los carros y carretas, que fueron lentamente suplantados por el automóvil. En el caso de los usuarios de carruajes para el reparto de mercadería, este fue suplantado por el camión, al que las mismas fábricas de carruajes, le diseñaron la carrocería, al tiempo se sumó el colectivo cuya carrocería de madera y chapa también se fabricó en los mismos lugares. Así el arte del fileteado se fue heredando ya que los antiguos dueños de carros ahora poseían un camión, colectivo o taxi.
Lamentablemente al desaparecer un medio de transporte, desaparecía la obra junto con él. Miles de paneles decorados fueron deteriorándose con el uso hasta ser descartados definitivamente al desecharse cada unidad rodante. Todas esas obras únicas se perdieron. Pero las nuevas comenzaron a aparecer en forma exponencial. A finales de la década de los 60 y comienzos de los 70 se vivieron los años de esplendor para el fileteado pues, además de los buenos maestros en este arte, existían grandes camiones y colectivos en cantidad. La escultora argentina
Esther Barugel y su esposo, el pintor español
Nicolás Rubió, fueron los primeros en realizar una investigación minuciosa sobre
la génesis del fileteado; entonces organizaron el 14 de septiembre de 1970 la primera exposición del filete en la
Galería Wildenstein, en Buenos Aires. Ya prácticamente no existían tablas fileteadas de la época de los carros. La exposición, en la que destacó el fileteador Carlos Carboni, fue un éxito e hizo que la gente de la ciudad comenzara a apreciar aquello que veía cotidianamente circular por las calles, pero a lo que nunca había prestado especial atención.Con el tiempo se han sumado muchos maestros entre los mejores exponentes de este arte (Maestros Fileteadores, citados por los estudiosos Nicolás Rubió y Esther Barugel), se encuentran , por supuesto, los primeros fileteadores: Salvatore Venturo, Cecilio Pascarella, Vicente Brunetti, Alejandro Mentaberri, Pedro Unamuno, y el renombrado Miguel Venturo; a una segunda generación pertenecen Andrés Vogliotti, Carlos Carboni, León Untroib, los hermanos Brunetti, los hermanos
Bernasconi, Enrique Arce, Alberto Pereira, Ricardo Gómez, Luís Zorz y
Martiniano Arce, destacándose este último como un renovador al utilizar por primera vez el fileteado porteño como pintura de caballete y obteniendo a lo largo de su trayectoria un sólido reconocimiento en el terreno del arte.De la nueva generación se destacan
Jorge Muscia, por los premios recibidos en el terreno de la plástica y sus numerosas muestras en el exterior, y los fileteadores Alfredo Genovese (a quien debemos el libro del enlace y vemos en algunas fotografías), Elvio Gervasi, Miguel Gristán, Adrián Clara, José Espinosa, Alfredo Martínez, Sergio Menasché, entre otros, que siguen desarrollando este arte en la actualidad. A partir de la década de los 90 también se han agregado (gracias a dios) varias mujeres a este oficio.En el año 2006 la legislatura porteña declaró al fileteado como Patrimonio Cultural de la Ciudad de Buenos Aires a partir de la sanción de la ley 1941. Mas tarde se abogó por la derogación del decreto del año 1975 que impide el filete en los colectivos de Buenos Aires. En la actualidad sólo se permite un sencillo filete entre los
planos de color del techo y la parte inferior del colectivo.
Ante la decadencia del oficio, hace ya más de veinte años que los fileteadores se incorporaron a la pintura de caballete, a la decoración de objetos y al lenguaje publicitario. De esta forma, separándose del objeto rodante que lo encasillara, se está asegurando su permanencia como “obra de Arte decorativo”. Sólo desde hace una década se ha ido convirtiendo en emblema iconográfico de la ciudad junto, o asociado, a su género musical característico: el tango. El fileteado se ha unido al tango no solo como
una reconocida manifestación artística de identidad porteña, sino como una necesidad turística.
Así vemos como una costumbre urbana, unida de la mano por la necesidad de humanizar al objeto rodante con atributos que lo diferencien y le den personalidad similar a la del propietario, con el tiempo se ha afianzado en el uso popular y ha tomado por derecho propio la posición dentro del arte urbano que le corresponde. De más está decir que existen detractores y adeptos. Unos lo consideran arte, otros imaginería del proletariado. Pero como muchas otras tendencias, el Fileteado Porteño ha venido para quedarse.
Aquí te dejo un enlace al libro de Alfredo Genovese y otro a su sitio oficial.
Espero que lo disfrutes. Chau.
Fuentes Fileteado Porteño- Alfredo Genovese,
Esther Barugel y Nicolás Rubió (2004). El Filete Porteño,
Martiniano Arce (2006). El Arte del Filete.
Muy buena exposiciòn. siempre se aprende algo. Te pongo un link. asì sè cuando actualizàs.
ResponderEliminarSaludos
Muchas Gracias Gaucho. Cuando pase por acá avise, así le preparo unos mates.
ResponderEliminarSaludos