Con esto del Día del Periodista se me dio por pensar lo mucho que ha venido cambiando el mundo, los medios y los modos de informar, y el efecto explosivo que causan las noticias en estos tiempos. Mi madre siempre recordaba el día que murió Gardel. Mil veces la escuché decir que tenía 15 años y que la familia se aprestaba a comer cuando la gigantesca radio-mueble dio la noticia. Y por toda explicación, siempre remataba diciendo “nadie probó bocado”. Del mismo modo, todos y cada uno recordamos el momento en que nos enteramos que estaban siendo atacadas las torres gemelas. Hacé la prueba: ¿Dónde estabas vos, con quién estabas?
Yo, en una oficina pública haciendo una cola para pagar no sé qué gravamen. El televisor estaba bastante lejos, pero el volumen llegaba nítido. Más que el avión atravesando el primer rascacielos, recuerdo la reacción de la veintena de personas que me rodeaban: una señora, muy consternada, que repetía “ay… ay…. Dios mío, ay…”, un señor que no pestañeaba, decía que no con la cabeza. Otro, con la boca abierta, que se agarra la cabeza. En eso, el segundo avión: una joven diciéndole a otra: “seguro que es un simulacro, boloda”. Una embarazada que se desmaya, algunos que la socorren. Hay desconcierto, cuchicheos, incredulidad. De una sala contigua llegan gritos destemplados, discusiones. Muchos, como yo, seguimos mudos, perplejos, viendo las reiteraciones: el mundo se había vuelto loco por un largo instante. Apenas cinco minutos. De pronto “¡25!” gritó la empleada, y todos nos pusimos a buscar el número, y de a poco, todo fue volviendo a la normalidad con la certeza de que ya nada será igual.
Con esto del Día del Periodista se me dio por recordar, una a una, todas las noticias que nunca pude olvidar. La detención de Robledo Puch. La cara de Ana María Villarreal, la piba de 15 años que puso la bomba debajo de la cama de Cesáreo Cardozo. El ataque al Batallón Viejobueno. El Clan Puccio. El vuelo de Alberto Olmedo. Samanta Farjat luego de declarar contra Guillermo Cóppola. No creo que las noticias que recuerdo tengan algo en común. Es más, en algunos casos ni siquiera puedo entender el motivo por el cual las recuerdo. Y estoy seguro que a vos te pasa lo mismo con otras noticias.
Con esto del Día del Periodista volví sobre la noticia más extraña y perturbadora que escuché jamás. Fue oírla e intentar imaginar esos minutos demenciales que se vivieron una mañana de septiembre de 1988 en una esquina coqueta y tranquila del barrio de Caballito mientras cantaban los pajaritos: Un perro cayó de un octavo piso matando en el acto a una anciana que pasaba caminando por la vereda. Y eso no fue todo.
Yo había desistido, horrorizado, de imaginar el brutal aplastamiento de una mujer por parte de un ovejero alemán volador. Pronto se supo que la pobre víctima era baja y delgada, y que estaba haciendo los mandados. Y lo más extraño: resulta que el malogrado perro era pequeño, del tipo de un fox terrier o un caniche, de aproximadamente seis kilos. Para entender mejor el motivo por el que ambos yacían muertos en la vereda, uno junto a otro, tuve que imaginar al perrito cayendo desde 11 pisos como una bala de cañón, impactando sobre la pobre anciana, rompiendo en dos su cuello. Algunos testigos recuerdan el ruido, los primeros gritos de horror, otros no escucharon nada pero advirtieron la confusión, gente que se acercaba. Ninguno había visto el impacto propiamente dicho. Al menos nadie lo contó.
Algunos testigos cuentan que mientras trataban de entender porqué diablos yacían juntos una viejita con el cuello roto y un pequeño perro destrozado, se escucharon nuevos gritos, y los ojos de todos se dirigieron a la esquina más lejana, en diagonal al hecho, donde un hombre mayor que estaba esperando para cruzar, ahora yacía en el suelo irremediablemente muerto de un ataque al corazón. Todo indica que fue la única persona que vio la escena del impacto, y que no lo resistió. Y si bien nadie lo vio morir, todos llegaron a ver el instante siguiente, cuando aparece en escena la mujer joven que corre desesperada en dirección al muerto sin advertir al colectivo que intenta cruzar la avenida acelerando a fondo. Alguien cree que fue la única persona que vio el momento en que el hombre caía fulminado tomándose el pecho con ambas manos. Son muchos los que describen la brutal manera en que el cuerpo de la mujer fue arrastrado más de cien metros por el transporte público hasta quedar destrozado.
Con esto del Día del Periodista se me dio por recordar la noticia más insólita que escuché jamás, sucedida una mañana del 88 en una esquina de Buenos Aires, y no solo porque me cuesta imaginar esa trágica y diabólica secuencia que, incluyendo al pichicho, dejó cuatro muertos en cinco minutos y ningún culpable. También porque no tengo dudas que más allá de los medios, las formas y los estilos de contarlo, lo más importante, siempre, es lo que acaba de suceder.
Marcelo Calvente
marcelocalvente@gmail.com
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