martes, 4 de febrero de 2020

Los remedios de la abuela

Mi tía Elena recogía las hojas secas del níspero del fondo de casa y las machacaba hasta poder hacer un té que supuestamente servía para enfermedades de los bronquios o la tos, no me acuerdo bien. Es que la medicina tradicional de la herboristeía y la sapiencia de la abuela, se iban mezclando con los avances de una ciencia que no siempre llegaba a esos quince kilómetros que me separaban de la Capital. No era campo, pero se parecía mucho. Y como la salud no fue uno de mis atributos desde la niñez, era mucho lo que uno experimentaba de los remedios de la abuela.
Por ejemplo, la fiebre de una gripe se combatía con leche caliente con miel y un poquito de Cogñac, que se complementaba con el suplicio de estar envuelto en una frazada para traspirar todos los bichitos que traía la enfermedad consigo.
El aceite de hígado de bacalao era una merienda desagradable pero supuestamente fortificante que soportábamos por la golosina que venía después a mitigar el mal gusto recibido. Aveces era una simple uva, otras un caramelo media hora. Se suponía que era un complemento nutricional para la infancia y se promocionaba como rico en vitaminas A y D, siendo que la vitamina A prevenía enfermedades de las vías respiratorias y la vitamina D ayudaba a fijar el calcio en los dientes y huesos.



Y para asegurarse que crecías tan fuerte y bien alimentado como fuera posible, de tanto en tanto mamá te hacía un rico sambayón de huevo batido con azúcar y un poquito de oporto El Abuelo.
Si, el agregado de bebidas espirituosas era muy normal en los remedios caseros para niños.


Claro que también te tenías que bancar la violación de los supositorios de cera o las inyecciones que la enfermera venía a aplicar a domicilio. Ese olor del desinfectante nunca lo olvido, así como el envase de acero inoxidable donde hervía las jeringas antes de aplicarme una solución de algún polvo pesado que dolía como si me mataran. Pero que "mano" que tenían para aplicarlas. Unas genias.


No faltarían las ventosas, esos frascos de vidrio parecidos a los de yogurt, (tanto que a veces se usaban ésos mismos), calentándolos por dentro con algo de alcohol prendido y que se ponían rápidamente en la espalda del enfermo donde se apagaban por falta de oxígeno generando un vacío de succión. Colocaban muchas a la vez y se veía como la piel se inflamaba y ponía roja a través del cristal.


Y las barritas de azufre para quitar las contracturas o dolores de cuello ? Si se quebraban o hacían crick era que habían funcionado, aunque te fueras con el mismo dolor con el que habías llegado.


También te podían cortar el "empacho"(enterocolitis, dispepsia o gastroenteritis). Para eso siempre venia una tía o vecina, te acostaban boca abajo en tu cama o sobre la mesa mientras te sostenían para que no te movieras. Ahí era cuando te retorcían la piel de la cintura en un pellizco terrorífico que hacia "crack". Ése era el método de tirar el cuerito. Los más benévolos utilizaban el método de la cinta. La idea era que esos pellizcos en la piel de la espalda a los costados de la columna vertebral estimulan una formación de nervios conocida como plexo celíaco o solar, que acelera el movimiento estomacal y expulsa el bolo alimenticio “pegado” en el estómago.

Si se te tapaba el oído con cera, o te dolía, te ponían gotas de alcohol fino, con ardor incluido si estaba muy irritado o lastimado el oído externo, o colocaban un embudo de papel al que le prendían fuego y el calor  del aire que se generaba lograba aflojar el tapón de cera.


Y si alguno tenia piojos...pues, un lavado con alcohol de quemar, vinagre o kerosene. Un peligro.

El catarro siempre se combatía con Vicks VapoRub o Untura Blanca potenciados por fomentos que te hacían con una felpa calentada a pura plancha junto a la cama. Las quemaduras eran una posibilidad cierta, pero los mimos nunca eran rechazados.


En invierno todo asmático juntaba los frutos caídos de algún eucalipto y los ponía en un frasco a hervir sobre la estufa. El perfume lo invadía todo mientras tu mamá tejía algún pullover sentada frente a la tele. Realmente esos efluvios te despejaban los bronquios y respirabas mucho mejor. Casi como si hubieras viajado a Córdoba.


Cuando se te aflojaba un diente era normal moverlo hasta que caiga, pero padres como los míos que miraban dibujitos como Los Picapiedras, te lo ataban con un piolín y al otro extremo el picaporte de la puerta, -Cuando estés listo cerrala de golpe- , te decían, pero nunca funcionaba. Nadie quería cerrar la puerta y la seguían con la boca abierta y el hilito colgando.


Para el dolor de muelas decían que había que poner un clavo de olor junto a la pieza dolorida y tan mala solución no era. Es que el clavo como la nuez moscada y la canela, tiene un compuesto llamado eugenol que tiene propiedades analgésicas, antiinflamatorias, antibacterianas y sobre todo anestésicas.

También existían baños de agua casi hirviendo con semillas de mostaza para las chicas y mujeres que se les retardaba ,o tenían poca, regla. Claro que no solucionaba nada y de eso no tengo mucha experiencia.

Si te sangraba la nariz era común que te llenaran los agujeritos con algodón y que tiraran la cabeza hacia atrás. Lograban que tragaras toda la sangre hasta que parara. Luego se puso de moda que lo correcto era volcar la cabeza hacia adelante y hoy en día la gente duda sobre qué hacer cuando sufre una hemorragia nasal. Lo que recomiendan los pediatras es simple, mantener la cabeza erguida y apretar las fosas nasales con los dedos por tres minutos. Listo. Tarda lo mismo.

A los alérgicos los médicos nos recetaban cosas tan raras como injertos de placenta humana y nos dejaban las cicatrices oscuras de por vida, junto con las mismas alergias que nunca se curaban hasta la pubertad. Uno de tantos experimentos médicos sin sentido que más parecían recetas de la abuela que verdadera ciencia.


La culebrilla o herpes zóster es una erupción de sarpullido o ampollas en la piel. Es causada por el virus de la varicela-zoster, el mismo que causa la varicela. Después de tener varicela, el virus permanece en tu cuerpo  Puede que no cause problemas por muchos años, pero a medida que envejece el virus puede reaparecer como culebrilla. Sí uno concurre al médico durante los primeros 3 días de inicio de las lesiones se puede comenzar con una medicación antiviral que reduce el tiempo de la enfermedad y disminuye el riesgo de complicaciones. Pero la abuela recurría a un remedio casero: La Tinta China para evitar que se cierre el cinturón (zoster en griego) y un rezo. Con uno u otro método el tiempo de cura era casi el mismo.

En aquellos tiempos con mucha suerte tenías un médico de barrio que atendía a todos sin otra especialidad que la clínica. Eso permitió mis primeros viajes alucinógenos cuando una droga como el Fatigan me fuera prescrito como para adulto , siendo un pibe de tan solo 11 años y pocos kilos.


Mi tía Elena no sabía que las hojas del níspero son muy ricas en vitamina C, así como en potasio, hierro, calcio y fósforo. Que cuentan con propiedades antioxidantes, antiinflamatorias, diuréticas, adelgazantes y mucolíticas. Además, como las semillas, mejoran el funcionamiento del riñón y del hígado. Y por si esto fuera poco, ayudan a producir más insulina, lo que, sin duda, beneficia a los enfermos de diabetes. Es por ello por lo que en muchos lugares, como en México, las infusiones de hojas de nísperos son muy habituales.

Claro que no lo sabía porque era mi tía, no mi abuela.

La lista puede ser interminable y abarcar prácticas que hasta el día de hoy se continúan usando, pero con este pequeño post espero que se les haya refrescado un poco la memoria de aquellos queridos viejos tiempos.

Cuales remedios de la abuela recuerdas ?

Taluego

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