martes, 1 de mayo de 2018

Las Plazas de Toros de Buenos Aires

Si éramos todos gallegos, cómo puede ser que en Buenos Aires no quede ningún rastro de una Plaza de Toros ? Con solo cruzar el charco, en Colonia del Sacramento encontramos una en pie que hace las delicias de los turistas. Claro, en este lado del río somo muy afectos a destruir el patrimonio arquitectónico en beneficio del negocio inmobiliario, pero la historia nos dejó algunos datos, no muchos a decir verdad.
Se levantaron dos ruedos especiales para ello, en la Plaza de Montserrat y en la del Retiro, abarcando el período 1790-1819. Los días de funciones eran de excitación general y de mucho movimiento en la ciudad. La concurrencia era inmensa, populachera, distinguiéndose a los negros, chinos, zambos, mulatos, criollos y godos, civiles, curas y militares, todos juntos disfrutando de la fiesta.
Pero a decir verdad la primer corrida de toros en Buenos Aires de la que se tengan noticias data del año 1609 en la plaza mayor, actualmente Plaza de Mayo. A tal fin se cerraba la Plaza y, mientras se celebraban en la arena los combates, en los balcones del cabildo y otros sitios importantes, las autoridades luchaban por obtener sus lugares de honor. En principio la Plaza era vallada con carretas y cercos de madera. Más tarde se colocaron andamios y se los comenzó a alquilar al publico en general, mientras los gobernadores o virreyes se acomodaban en los balcones del Cabildo como era costumbre. Fue entonces cuando se pensó en proyectar la creación de un lugar fijo para esos fines al mejor estilo de la Madre Patria y se programó hacer esas corridas en un lugar diferente y armado para ese fin.
Los llamaban Circos, al igual que los romanos.
Con el propósito de levantar otro circo más popular para corridas de menor jerarquía de sólo novilladas, el maestro carpintero Raimundo Mariño presentó en 1790 el proyecto de construir una plaza de Toros en terrenos baldíos del hueco de Montserrat (huecos se llamaba a los predios sin edificación) que posteriormente formaría una parte de la plaza Moreno, en la actualidad cubierta por la Av. 9 de Julio.


Ese baldío había sido adquirido por varios vecinos en el año 1781 con la sana idea de que allí se estableciera una plaza que sirviera de Mercado. Pero la Plaza de Toros de Montserrat comenzó a funcionar a principios de 1791 con capacidad para 2000 personas .
Se dispuso la construcción de burladeros para seguridad de los que bajaban a la arena y podían alquilarse palcos por dos reales y por la mitad, gradas y tendidos. Las reuniones se hacían los días lunes y feriados, quedando vedados los meses de enero y febrero para no apartar a la gente de los trabajos de la cosecha. Un callejón ubicado entre las casas de Lezica, Las Heras, Piñero y Lorea de la calle Montserrat a la plaza, hacía de toril.

La prosperidad que esperaban los vecinos al construir la plaza de toros, se había desvanecido inmediatamente por la desvalorización del barrio. Pronto se dieron cuenta que no solo habían perdido su mercado sino que habían atraído a otro tipo de fauna humana.
Ocultos en las galerías, infinidad de malhechores atacaban con piedras, para luego despojar a aquellos que se aventuraban a pasar por allí desde la caída de la tarde. De día los toros y caballos muertos que permanecían en el sitio apestaban el ambiente y las reces bravas que habían logrado escapar, muchas veces provocaban la carrera y el alboroto de los enlazadores. Ya por entonces la calleja que hacía de toril recibía el merecido nombre de *calle del pecado*. Pronto la picaresca se extendió también a las casitas fronteras a la plaza, con ventanas como gateras y puertas macizas que se abrían directamente sobre los aposentos, propias para ser habitadas por gente pobre; la que pronto dejó el lugar a otros elementos que nunca pagaron alquiler, concediendo raras veces al dueño la gracia de devolver las llaves a la hora de partir.
Los vecinos al verse tan perjudicados ofrecían además la suma de quinientos pesos para construir el mercado que pretendía Las Heras en 1781. La petición, formulada por don Matías de Chavarría como apoderado, estaba también firmada por Justo Pastor de Lezica, Martín Joseph de Altolaguirre, Juan Bautista de Mujica, doctor Domingo Antonio de Zapiola, doctor Mariano Medrano y otros vecinos de fuerte influencia.
Esta precaria construcción subsistió hasta 1799 año en que el virrey Aviles motivado por las quejas de los vecinos la manda a demoler.
El Virrey dictó un auto el 27 de octubre de 1799, disponiendo que la demolición comenzara el miércoles de ceniza del año venidero. 
Con el nacimiento del siglo XIX el barrio vio con alivio la desaparición definitiva del circo levantado por Mariño. Se habían cumplido ya 114 corridas que dejaron 5.700 pesos para los contratistas y 7.296 para la obra del empedrado.
Montserrat restañó dificultosamente las heridas infligidas por el circo en su tranquilidad y progreso, y se aplicó a la construcción de la plaza prevista para mercado mientras la gente de mal vivir se marchaba, sin que nadie lo lamentara, hacia el barrio del Retiro, donde se construyó un nuevo circo, escenario poco tiempo después, durante las invasiones inglesas, de hechos cruentos también, pero más gloriosos.


Martin Boneo, que era el intendente de policía, fue el proyectista y constructor de la plaza de toros del Retiro que se inauguró en 1801 y se mantuvo en pie 18 años para luego ser demolida por decisión oficial. En Retiro se efectuaban las corridas los domingos y días de fiesta. Fue situada en una parcela que hoy corresponde al extremo sudoeste de la plaza San Martín entre las calles Santa Fe, Marcelo T de Alvear y Maipú. El Ñato era uno de los picadores mas famosos en esos tiempos. La calle Florida, antes llamada Del empedrado ya a principios del siglo XVII se convirtió en la primera calle con pavimento de piedra y ruta obligada para ir al circo de Toros de Retiro.
La Plaza de Toros fue demolida en el año 1819 para construir en aquel terreno los nuevos Cuarteles de Retiro utilizando materiales de la antigua plaza de toros.
Ya en 1812 el gobierno dispuso los cuarteles bajo el mando de José de San Martín para el asiento de sus granaderos y para ubicar su despacho. La unión de la Plaza de Toros con los cuarteles, hicieron del lugar un sitio donde abundaban vendedores ambulantes, chinas cuarteleras (prostitutas), de esta forma el barrio adquierió el nombre de “Barrio Recio”.

El nuevo circo era mucho más importante que el de Monserrat. Poseía una capacidad de 10.000 espectadores, era de forma octogonal en estilo morisco y construido enteramente de ladrillos a la vista unidos con cal, tenía una doble galería de palcos y gradas anchas con asientos corridos. La barrera tenía varias puertas utilizadas como burladeros. Además, disponía de una capilla y, por supuesto, de varios palcos oficiales, los que eran ornamentados de acuerdo al gusto de las autoridades. 
Estos palcos estaban separados unos de otros, eran cubiertos y sus puertas dotadas de cerraduras.  Como curiosidad las sillas se alquilaban en el mismo circo o bien las traían los concurrentes de su propias casas. Gozaron de enorme popularidad por lo que provocaban que verdaderas multitudes se acercaran a El Retiro. Al construirse la plaza taurina se tuvo necesidad de empedrar ex profeso, la calle Florida dotándola inclusive de la construcción de un puente por el cual sortear el Zanjón de Matorras  a la altura de la actual calle Viamonte. Era así que las señoras, tras las ventanas, y la servidumbre en las veredas tomaban parte de un espectáculo extra contemplando el paso de la muchedumbre, que entre risotadas y comentarios llegaban a la plaza. 
A fin de medir la concurrencia y lo extraordinario de ésta, tenemos que tener en cuenta que su capacidad era de 10.000 espectadores cuando la ciudad no superaba los 40.000 habitantes. Es decir, que un 25 % se reunía a presenciar las faenas. 
Si bien inicialmente se permitía la concurrencia femenina en el demolido Circo de Madera de Monserrat, en El Retiro la diversión fue exclusivamente cosa de hombres. La entrada era también popular ya que valía 15 centavos, con derecho a usar las graderías. Claro que había otros precios: los palcos salían 4 pesos y las filas de gradas a la sombra, 2 reales. 


Entre 1800 y 1910, hubo algunos puntos de reunión en los cuales se celebraban estos encuentros: en ocasiones especiales la actual Plaza de Mayo, y en otros lugares había predios a tal efecto como en el barrio de Belgrano, o en la zona de Lima y Venezuela y en el actual Parque Lezama en el barrio de San Telmo. 



Finalmente el declive vino de la mano de Ignacio Lucas Albarracín, sobrino de Sarmiento, quién creó la Sociedad Protectora de Animales en 1869. Inició campañas para terminar con las corridas de toros y la práctica del tiro a la paloma en el país. Logró, en 1885, que las frecuentes riñas de gallos dejaran de ser legales. Además, en 1908 Albarracín ideó el Día del Animal.

Pero desde los albores de la etapa independentista el interés por las corridas había ido decayendo paulatinamente, la última en el ya caduco Retiro se verificó en 1819, hasta que en 1822 el gobernador Martí­n Rodrí­guez prohibió su realización sin el consiguiente permiso policial, que solo podí­a autorizar la faena de animales descornados. Esta circunstancia, que quitaba al espectáculo los estimulantes del riesgo mortal, concluyó por alejar a los ya dispersos aficionados, y las corridas se hicieron cada vez más raras, hasta cesar por completo con la que se realizó "a beneficio" en 1899, ocho años después del dictado de la Ley 2786, de protección de animales.



LEY 2786 - BUENOS AIRES, 25 DE JULIO DE 1891


El Senado y Cámara de Diputados de la Nación Argentina reunidos en Congreso, etc. SANCIONAN CON FUERZA DE LEY

ARTICULO 1.- Declárase actos punibles los malos tratamientos ejercitados con los animales, y las personas que los ejerciten sufrirán una multa de dos a cinco pesos, o en su defecto arresto, computándose dos pesos por cada dí­a.

ARTICULO 2.- En la capital de la República y Territorios Nacionales, las autoridades policiales prestarán a la Sociedad Argentina Protectora de los Animales, la cooperación necesaria para hacer cumplir las Leyes, reglamentos y ordenanzas dictadas o que se dicten en protección de los animales, siendo de la competencia de las mismas, el juicio y aplicación de las penas en la forma en que lo hacen para las contravenciones policiales.

ARTICULO 3. - El importe de las multas a que se refiere el artí­culo primero será destinado a las sociedades de beneficencia de cada localidad.

ARTICULO 4.- La Municipalidad de la capital de la República y las de los Territorios Nacionales dictarán ordenanzas de conformidad a la presente Ley.

ARTICULO 5. - Comuní­quese al Poder Ejecutivo.

Taluego

Fuentes: http://www.arcondebuenosaires.com.ar y https://www.animanaturalis.org

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