Interactuar en las Redes Sociales es algo muy parecido a manejar un automóvil en una ciudad atiborrada; uno siempre corre el riesgo de chocar o rozarse con otros y sólo la paciencia y el dejar pasar le evitará vivir un mal trance.
Sea porque estamos escribiendo desde el móvil o porque nos molesta la actitud del otro, muchas veces dejamos ver nuestra mala disposición de una manera que pone al otro en posición de ataque, golpeando con su auto nuestros laterales o frenando sin avisar frente a nosotros. No será un accidente, la crisis será una consecuencia de malas decisiones tomadas a lo largo de un hilo de conversación en donde ninguno querrá cederle el carril al otro, y menos darle la razón.
Cada día es una nueva aventura.
Hoy ataqué a un amigo de Facebook que no recuerdo conocer porque se negaba a aceptar que estaba difundiendo una noticia fake que podía hacer que mataran a alguien, dejé de seguir a la directora del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas por convertirse en más intolerante que los propios terroristas, discutí con un amigo por su afiliación peronista, puse en evidencia a uno que defendía la pornografía infantil y ataqué a todos los kirchneristas que vi en Facebook y Twitter.
Estas actitudes suelen ser confundidas con las que uno toma amparado en el anonimato que nos provee la pantalla de nuestra computadora, pero en la realidad también ocurre frente a compañeros de trabajo insufribles, vendedores mal educados y mentirosos y conductores faltos de empatía. El mismo nivel de agresión que muestro en mis redes lo afirmo en la calle, aunque suela ser mucho más peligroso y con consecuencias menos virtuales.
Uno no puede ser en su vida real de una manera y en las redes de otra. Si alguien me tilda de soberbio y creerme más que los demás en las redes, es probable que en la vida real piense lo mismo y no me lo diga.
O sí.
Pero el tema es que cuanta más gente uno conoce en la redes más reafirma sus fortalezas y debilidades.
Nadie es zonzo a menos que quiera y cuando ve que los demás conocen de un tema en profundidad, lo más sano es llamarse a silencio, pero cuando el otro es un salame con cinco dedos de frente, incapaz de justificar sus actos y afirmaciones sin recurrir a la fe, a las chicanas, o el respaldo de la multitud, es inevitable que me trence en la pelea..
Usted me dirá que uno debe ser más considerado con el ignorante que con el sabio, pero en mi caso me resulta imposible, no porque quiera lucirme y ridiculizar al otro, sino porque el otro insiste y contraataca empecinadamente.
Puedo ser algo soberbio, no lo niego, pero es una condición que quienes me superan en intelecto ignoran por irrelevante y hasta les resulta risible. Son aquellos que la ven como una amenaza quienes la ponen como una característica indeseable.
Soy pésimo en matemáticas, muy mal vendedor, algo osco en el trato, mi hijo maneja la computadora mil veces mejor que yo, mi profesión nunca me gustó pero mi trabajo si, no me interesan los problemas y no puedo solucionar el más simple crucigrama. Soy de mecha corta, tiempos largos y paciencia infinita con los que quiero. No me gusta el deporte y soy malo en cualquiera de ellos. Corto lazo con los que me ofenden, de puro resentido nomás. No me gustan los bebés y la familia la reduzco a mis padres y cuatro o cinco que quiero y están conmigo. Soy tacaño y básicamente melancólico. Y en lo que va del post cometí cuatro faltas de ortografía incluida la palabra sobervio.
Todos esos defectos se los dejo aquí a los que quieran utilizarlos cuando piensen que se me va la mano pensando que valgo más que los demás.
Todos podemos ser mejores que alguien.
Y también peores que otro.
Lo importante es prestar atención con quien se está hablando, porque el del otro auto puede tener una 38 guardada en la guantera.
Esperando.
Esperando.
Taluego
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