lunes, 6 de noviembre de 2017

Un Walhalla greco-germánico

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A primera vista parece un monumento fuera de lugar, pues sorprende encontrar una réplica del Partenón de Atenas a orillas del Danubio, un entorno tan diferente del original, especialmente en los días de invierno en los que puede verse nevado. Para entender su historia nos tenemos que remontar a 1807, cuando el príncipe Luis de Baviera tuvo la idea de crear un salón de la fama de los pueblos germánicos.
En 1807 el que se convertiría en Luis I de Baviera era sólo un príncipe de 20 años de edad. Ese mismo año Prusia había sido derrotada y todos los estados alemanes se encontraban bajo el control de Napoleón. Ante esta situación de fragmentación política, los alemanes empezaron a buscar su identidad nacional en el pasado. 
El príncipe Luis, un admirador de la arquitectura clásica, tenía muy presente su visita el año anterior a Paris y su Panteón, cuando concibió la idea de una colección de esculturas de mármol de los cincuenta alemanes “más gloriosamente excelentes”. Su intención era llamar a la colección Pantheon, pero el historiador Johannes von Muller sugirió “Walhalla”. Un término tomado prestado de la antigua mitología nórdica, el hogar para aquellos guerreros que habían muerto en el campo de batalla. Sin embargo, el Walhalla ideado por Luis estaría dedicado a los héroes culturales y políticos pan-germánicos, así como a los grandes acontecimientos de la historia alemana.


Luis I convocó el primer concurso público de ideas para su construcción en 1814, que finalmente ganó el arquitecto Leo von Klenze. Pese a la referencia Vikinga del nombre, Luis decidió que se usaran formas griegas. Argumentando que el Partenón ateniense era no sólo un modelo de perfección, sino que además su construcción había estado estrechamente ligada con la victoria griega sobre los persas, la cual impulsaría la posterior unidad griega. Desde Prusia, con la que Baviera competía por ser el embrión de la futura Alemania unificada, llegaron otras propuestas de estilo neo-gótico, que abrieron un debate sobre cuál era el estilo más apropiado para expresar la “germanidad”, debate que continuaría incluso después de la unificación.


Los intelectuales de Prusia defendían que la arquitectura gótica había sido el resultado del esfuerzo y talento de toda una civilización, y que podía llegar a competir en perfección con la arquitectura clásica. Sin embargo en Baviera se veían las cosas de un modo muy diferente y el reino se encontraba a punto de iniciar un auténtico “revival griego” que comenzaría con la construcción de la Gliptoteca de Múnich. Leo von Klenze , autor también de la Gliptoteca, era uno de los promotores de este revival y sostenía que sólo existía, ha existido y existirá una arquitectura perfecta, que era la que “descubrieron” los antiguos griegos, el hecho que fueran los griegos sus “descubridores” era considerado una mera casualidad. Por eso, esa arquitectura pertenecía tanto a los alemanes como a los ellos.
Los primeros diseños del Walhalla fueron realizados en el período 1809-1810. Pero la construcción tendría que esperar hasta la liberación definitiva de Alemania. El príncipe Luis que inicialmente se había situado al lado de Napoleón cambiaría de bando en 1813. A partir de ese momento se opondría a las políticas pro-francesas de su padre y pasaría a considerar a Napoleón como el archi-enemigo de la nación alemana por haber abolido el Sacro Imperio Romano Germánico.
Cuando Luis I fue coronado en 1825, ya se habían completado 60 bustos para el nuevo salón de la fama. Pero sus obras no comenzarían hasta 1830. Cuando se inauguró el templo, el 18 de Octubre de 1842 ya contaba con 96 bustos además de 64 placas para personas o eventos de los que no se disponía de ningún retrato para realizar una escultura.
El templo resultante era de estilo dórico y tenía un aspecto majestuoso, cubierto por un tejado soportado por una estructura de 8 por 17 columnas. A parte de estas columnas, en su exterior recubierto de mármol destacaba el friso, el que da al norte contenía personificaciones de los estados alemanes y el del sur, escenas de una batalla. Su interior era colorido gracias al uso de mármol de diferentes tonos.


El templo está situado cerca de la ciudad de Regensburg en una colina sobre el Danubio rodeado de bosques. Dispone de un amarradero en la orilla del río desde el que se puede acceder al templo subiendo 358 escalones. Desde allí se pueden contemplar unas vistas preciosas del río y del entorno.
Puesto que ser de “lengua alemana” era la única restricción a la hora de seleccionar personalidades. entre las 160 personas iniciales se encontraban personajes de territorios que hoy son Suecia, Austria, República Checa, Polonia, Reino Unido, Holanda, Rusia, Suiza y las repúblicas bálticas. Décadas antes de la fundación del Imperio Alemán en 1871, “alemán” era entendido como “germánico”, e incluía godos, lombardos, anglosajones, holandeses, y alemanes de Suiza.


Posteriormente se fueron añadiendo nuevos bustos y placas. En la actualidad el gobierno de Baviera, como sucesor del rey, es quien decide sobre las nuevas incorporaciones. Cualquiera puede realizar una propuesta, pero sólo las personas que lleven fallecidas un mínimo 20 años son elegibles. Sólo 31 bustos han sido añadidos desde su inauguración, a intervalos irregulares, con una separación mínima de 2 años, aunque en las últimas admisiones esta última norma se ha relajado.
En la actualidad el salón contiene 191 bustos, 12 de ellos de mujeres. Entre las incorporaciones más recientes destacan las de: Albert Einstein (1990), el político Konrad Adenauer (1999), la resistente anti-nazi Sophie Coll (2003) y el matemático Friedrich Gauss (2007). Entre los que habían sido admitidos con anterioridad se encuentran: Erasmo de Rotterdam, Johannes Kepler, Martin Lutero, Richard Strauss, Goethe, Mozart o Ludwig van Beethoven.

Fuente: http://www.cabovolo.com

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