Nacido en Francia el 13 de junio de 1845, Abel François Charles Saint era hijo de Charles Armand Saint (un contador que trabajaba en las minas de hulla) y Marie Marguerite Hermance Laporte. Aquella pareja, de 38 y 27 años, respectivamente, jamás imaginó que ese niño devenido en emigrante hacia la Argentina se convertiría en un reconocido empresario, creador de una de las marcas más cercanas a los afectos de nuestra gente: el chocolate Águila. Abel Saint murió en 1892. Está enterrado en el Cementerio Británico del barrio de Chacarita, en un mausoleo realizado para su familia por el arquitecto francés Gastón Louis Alcindor Mallet. Pero a pesar de su muerte prematura (tenía apenas 47 años), dejó la semilla para que su viuda (Desiderata Petiers, también francesa) y sus hijos siguieran la huella emprendedora.
Todo empezó cuando en 1880 Abel Saint instaló un comercio de torrado de café en la calle Artes 515 (actual Carlos Pellegrini). Hasta ese momento el café se tostaba puro, lo que lo convertía en un producto muy ácido. Los especialistas cuentan que entonces algunos tostadores hacían su trabajo poniéndole achicoria para suavizarlo. Pero Saint cambió ese elemento por azúcar, lo que lo convirtió en uno de los pioneros del café torrado como lo conocemos en la actualidad. Aquella operación tuvo tanto éxito comercial que al poco tiempo el negocio se instaló en Santiago del Estero 1790, en Constitución. Para ese momento, el chocolate ya estaba incorporado a los productos de la marca, que no dejaba de crecer.
Ese crecimiento fue el que, en 1894, motivó la compra de un terreno en Barracas para instalar una fábrica más de avanzada. Surgía Saint Hermanos. La primera construcción abarcaba un gran lote en Herrera, entre Brandsen y Suárez. Allí no sólo se hacía el tostado y torrado del café, sino que los productos de chocolate tenían gran protagonismo porque se habían convertido en los preferidos del público consumidor. El símbolo de aquella fábrica era un águila de cemento, ubicada en una de las ochavas del edificio. Se cumplía lo que Abel Saint había instalado como consigna para su vida: “Una empresa debe trascender a un hombre”. Con sucesivas ampliaciones, esa planta llegó a tener ocupadas dos manzanas en ese barrio del sur de la Ciudad, “uno de los más importantes lugares donde se cimentó el progreso de Buenos Aires”, como afirma una placa colocada en lo que queda de esa construcción.
Aparte del famoso chocolate (desde 1993 lo produce la empresa Arcor, también argentina) la fábrica de Saint llegó a tener más de 300 productos propios que incluían hasta yerba mate con la marca Águila. Y otros como los recordados helados Laponia (su distribución incluía a unos 700 vendedores ambulantes) y los dulces Corimayo. La empresa creció de tal forma que tuvo hasta 2.000 empleados, un sistema propio de embalaje con autoabastecimiento de materiales para sus envases y hasta una sastrería que confeccionaba la ropa para su personal. La estructura contaba con 95 sucursales en todo el país y hasta mantuvo representaciones en Uruguay y Paraguay.
En la actualidad esa fábrica no existe, pero Águila sigue siendo “el nombre del chocolate” que, después de la década de 1970, enfocó su producción haciendo hincapié en la repostería hogareña. Claro que esa no fue la única gran fábrica instalada en Barracas. Hubo unas cuantas importantes. Entre ellas se incluye la creada por el estadounidense Melville Sewell Bagley, cuyo producto Hesperidina fue la primera marca registrada en el país. Pero esa es otra historia.
Imágenes : http://consumosdelayer.blogspot.com.ar
Que lindas imágenes y hermosos recuerdos,mi padre trabajó en esa fábrica desempeñando el cargo de mecánico de las máquinas que envasaban los chocolates su nombre era Avelino Dominguez,el ya no está y siempre pienso que lindo sería que estubiese vivo y mirando estos recuerdos junto a mi.
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