lunes, 19 de octubre de 2015

Comiendo caca

Hago una pausa en el trayecto de ruta para tomar un café , caminar un rato y por supuesto visitar el baño. Dentro del parador me dirijo al mismo en curioso trayecto de colisión con tres jóvenes de no más de 17 años, cada uno de ellos con sendos sandwich de jamón y queso en pan de Viena (que por cierto, en Viena no conocen). El baño de hombres linda con el de mujeres, claro, y frente al mismo una rubia de la misma edad mastica sus dos piezas de pan con relleno sin animarse a entrar hasta haberlas finiquitado. Ante mi sorpresa los tres muchachos entran antes que yo y luego de enrutarse hacia los mingitorios abandonan el emprendimiento y se dirijen raudamente hacia los reservados donde habitan los inodoros.

Le aclaro que las condiciones higiénicas del lugar eran las esperables en cualquier estación de servicio rutera del país. Incluso la puerta de entrada estaba arrancada y depositada prolijamente sobre el piso.

No me pregunte que malabarismos han hecho los críos para sacar su verga, mear con puntería y volver a guardarla sin que haya contacto, directo o indirecto con el alimento que portaban. Es más, al salir ninguno de los tres llegó a lavarse las manos, mientras seguían masticando el fiambre apretado entre los pedazos de pan y diez dedos dudosamente aseados.

Como si esta visión no hubiera sido lo suficientemente preocupante, al salir del baño me encuentro con un desfile de diez, si, diez chicas con sendos sandwiches en las manos, que ingresaban en fila india al servicio de damas.

Salieron al rato... y si, aún seguían con los alimentos de pobre en las manos.

No, no se engañe. Todos eran chicos de buena posición social, seguramente en viaje patrocinado por alguna escuela privada que cobra varios miles por mes para cuidarlos y educarlos.

Por lo general los médicos atienden a estos chicos por problemas gastrointestinales y al ser interrogados no logran individualizar bajo qué condiciones anti-higiénicas podrían haber contraído un virus como la Escherichia coli.

Es más, muchos de ellos siguen pensando que luego de la epidemia aviar del 2009 aparecieron los envases de alcohol gel en los negocios de comida, por si alguno de los cocineros los necesitaban para flambear algún panqueque.

Son los mismos chicos que cuando llegan de la calle, luego de un largo día de colectivo en colectivo, tren y subterráneo tocando pasamano tras pasamano, se sientan en la mesa a comer sin haber visitado el jabón que descansa junto al lavamanos de sus baños.


La culpa, mal que nos pese, es de los padres. Gente tan ocupada en generar divisas para la manutención del estandard de vida que les vende la sociedad de consumo, que no tienen tiempo para mandar al hijo a lavarse los dientes antes de ir a dormir o que se lave las manos antes de sentarse a la mesa. Padres que no saben o no quieren tomarse el tiempo de explicarle a sus hijos que el control remoto es una de las fuentes de contagio más potentes en cualquier casa, incluso más contaminado que el propio inodoro. Que los repasadores le siguen, así como el teléfono del trabajo, o la esponja del fregadero. Padres que no saben ni quieren saber cuales son los riesgos de abrir y cerrar las puertas de un baño público sin ayudarse con los pies o un trozo de papel que nos aisle de las manijas infectadas. Papás que no les han enseñado a sus hijos cómo fabricar una funda de papel higiénico para que sus posaderas no tengan contacto con la tapa del asiento si tuvieran la suerte de que la hubiera.


El mundo es propiedad de los microbios, las bacterias, los virus. Ellos dominan y nos colonizan desde cualquiera de nuestros orificios y por esa entrada llegan con ellos las enfermedades cuando la falta de cultura y cuidado paterno no han obrado con el suficiente cuidado.
¿Se entiende?

Ahora que terminé de escribir esto, mejor me lavo las manos.

Taluego.

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