domingo, 28 de septiembre de 2014

El empedrado de la ciudad de Buenos Aires

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Los pueblos nacen anárquicamente, pero en el caso de Buenos Aires las parcelas fueron asignadas por sus fundadores y entre ellas se fueron formando las calles.
En la primera fundación, Pedro de Mendoza llamó al lugar Real de Nuestra Señora Santa María del Buen Ayre para cumplir la promesa que hiciera a la Patrona de los Navegantes, que se hallaba en la Cofradía de los Mareantes de Triana y de la que él era miembro. En efecto, “Buen Ayre”, la castellanización del nombre de la Virgen de Bonaria, es decir de la Virgen de la Candelaria, a quien los padres mercedarios habían levantado un santuario para los navegantes en Cagliari, Cerdeña, y que era venerada también por los navegantes de Cádiz, España.
Por muchos años se le atribuyó el nombre a Sancho del Campo, de quien Ruy Díaz de Guzmán en su obra La Argentina manuscrita recogió la frase: ¡Qué buenos aires son los de este suelo!, que pronunció al bajar. Sin embargo en 1892 Eduardo Madero tras realizar exhaustivas investigaciones en los archivos españoles terminaría por concluir que el nombre estaba íntimamente relacionado con la devoción de los marinos sevillanos por Nuestra Señora de los Buenos Aires.
En la segunda fundación, Juan de Garay le dio al nuevo asentamiento el nombre de Ciudad de la Santísima Trinidad. La razón sería que la festividad más importante cercana a la fecha había sido la de la Trinidad o, según algunos historiadores, porque la nave ancló el día de dicha festividad. Pero al puerto le dio el nombre de Puerto de Santa María de los Buenos Ayres. Sin embargo, los designios del vizcaíno no tuvieron éxito ya que, a pesar de que jamás hubo disposición oficial alguna que cambiara su nombre, el uso inapelablemente consagró desde el primer momento el nombre de Buenos Aires para la ciudad que comenzó a crecer desde entonces y a sumar calles, desagues y barro.

Primer empedrado frente a Rentas Nacionales-Aduana Nueva
A pie, caballo o carreta , durante la seca todo iba de maravillas, pero cuando venía la inundación, ni la mezcla de bosta, caña y paja podía consolidar las arterias de la nueva ciudad.
El empedrado en la ciudad de Buenos Aires comenzó mucho antes de la Revolución de Mayo lo que hace que existan muchas interesantes historias escondidas bajo nuestros pies. Los ya modernos adoquines han podido resistir el paso del tiempo y hasta ser rescatados del olvido en algunos puntos de la ciudad donde las obras han descubierto antiguas vías.
Durante la época colonial la ciudad de Buenos Aires tenía características muy humildes, pues no era más que un caserío  pobre entre el río y la inmensidad de la pampa. Sus calles eran de tierra y en tiempos lluviosos verdaderos lodazales.
Nos cuenta Antonio Wilde “algo mas que a mediados del siglo pasado, por los años 1770 y tantos, a consecuencia de una gran lluvia que continuó por muchos días, formáronse tan profundos pantanos, que se hizo necesario colocar centinelas en las cuadras de la “calle de las torres”, (hoy Rivadavia), en las cercanías de la plaza principal, para evitar que se hundieran y se ahogaran los transeúntes, particularmente los de a caballo.”
Y así, mandados por la necesidad, aparecieron los primeros empedrados, realizados con piedras irregulares acomodadas con mucho esmero.

Empedrado nuevo frente a Rentas Nacionales-Aduana Nueva
Según el historiador Vicente Quesada: en el año 1783 el virrey Vertiz solicita al Cabildo que propusiera “mejorar el estado deplorable de las calles intransitables por las lluvias y el paso de las carretas de bueyes”. Tengamos en cuenta que en aquellos tiempos se acostumbraba a arrojar las “aguas sucias” a la calle, solo a la voz de ¡agua va!, que corrían por albañales, según el desnivel del terreno, por la vía pública.
Los representantes de la ciudad mas adinerados se reunieron en el Cabildo y en principio consideraron imposible el empedrado por su altísimo costo, ya que en la ciudad no había canteras cercanas para extraer la piedra, (aquí todo era tosca y pajonal). Pero algunos vecinos que tenían sus casas en las cuadras que van desde la plaza de la Victoria hasta el Colegio de San Carlos se ofrecieron para costear el empedrado en la porción de sus frentes.

Empedrado viejo frente Cuartel de Caballería de Retiro
Don Antonio Melián ofreció en virtud de los pregones para la provisión de piedra, que haría conducir toda la piedra que fuera necesaria para las calles a razón de 4 pesos metálicos la carretada, con varias condiciones:
*Que la piedra se le entregara sacada y en el embarcadero de Colonia del Sacramento (hoy Uruguay).
*Que el desembarco se hiciera en el bajo llamado “asiento” o casa de Vicente Azcuénaga.
*Que no se le gravase con licencia para los viajes que se harían de arquear los buques que empleara y previo examen comisionado para verificar las carretadas.
*Que la entrega sería exclusivamente para que él y las hiciera conducir al lugar del empedrado.
*Que los barcos, carretas, bueyes y peones no fueran ocupados en otros servicios.
*Que ni en Colonia ni aquí, se le demorara el embarque de la piedra y si hubiese demora que se le pagase las estadías.
*Que el abono le fuera hecho luego de ponerla en la calle que se le designara, ofreciendo fiador.
*Que en las esquinas se le pondría el nombre de las calles y en el frente y debajo el apellido del diputado por su trabajo en el cuidado de la composición para honor suyo y en memoria de este servicio hecho a favor de sus convecinos.
Así seguirían las cosas hasta la aparicón de los modernos adoquines de la calle Defensa.
El síndico del Cabildo Miguel de Azcuénaga, durante el gobierno de Virrey Arredondo, en seis años desde 1790 a 1796, empedró 36 calles, con piedras traídas de la isla Martín García. El pueblo pagaba medio real por vara, para socorro de los presos empleados en ese trabajo.
Se encontró un curioso manuscrito de Miguel de Azcuénaga, en la Biblioteca Nacional, donde en una nota al Virrey Melo fechada en 1795, solicita se le concedan dos corridas de toros, para que con su beneficio, se pueda ayudar a la obra del empedrado.

Empedrado viejo frente a la Casa Rosada y el Viejo Correo
En el año 2008 el arquitecto Marcelo Magadán, especialista en patrimonio histórico, descubrió en el barrio de Barracas, Jovellanos al 300 casi esquina Villafañe, donde el Gobierno de la Ciudad realizaba obras de Bacheo, un empedrado muy antiguo que seria de la época de la Colonia. “Se trata de un pavimento de piedras acomodadas en perfecto estado, debajo del asfalto de la calle”.
El arquitecto Daniel Schalvelzón, de arqueología urbana dijo: “Estos empedrados son generalmente de granito sin trabajar y se colocaron en la ciudad a partir del virreinato del Virrey Vertiz. Comienzan en la calle Bolívar en diciembre de 1780 hasta 1875-1880, cuando se los suspende para darle absoluta prioridad al empedrado con adoquines. Las piedras serían originarias de la isla Martín García y por lo general tienen una pequeña curvatura hacia sus bordes. Algunas calles incluso tuvieron un canal central para el escurrimiento del agua, como aun se puede observar en la antigua Colonia del Sacramento. (Uruguay)”.
En 1822 con el gobierno de Rivadavia se completo el centro de la gran aldea y desde 1852 se comenzó a reemplazar muy lentamente, por adoquines.
En 1880 Argentina logró constituirse como un estado moderno, basando su riqueza en la producción de carnes y cereales, para la exportación. Se Vivian épocas de abundancia para una clase acomodada. Esto se vio reflejado en la vida fastuosa de la “oligarquía ganadera” que construyó palacios en la ciudad y castillos al mejor estilo europeo en sus estancias, con materiales traídos exclusivamente de Europa.
Estos palacetes de barrio norte no podían levantarse frente a calles de barro, por lo que se apresuró la pavimentación de Buenos Aires, intensificándose para el Centenario de 1910.
Dice Hugo Nario ”En 1907, solo el Ferrocarril del Sud había transportado 211.000 toneladas de piedras de las serranías de Tandil, destinadas a Buenos Aires, al año siguiente aumentó a 257.000 y para 1909 se transportaron 328.000 toneladas. La sed de adoquines de la ciudad de Buenos Aires, parecía insaciable”.
Todavía nos quedan algunos pocos, de estos mudos testigos de una época que se va esfumando con el tiempo. Conservémoslos para contarles estas historias a nuestros nietos.

La triste historia final de los adoquines puede leerse aquí.

FUENTES:

Mabel Alicia Crego

Artículo del diario La Nación 20 de diciembre 2008 “Proteger Barracas”

“Buenos Aires 70 años atrás” de José Antonio Wilde.

“Buenos Aires” de Manuel Bilbao

“Adoquines en la Ciudad de Buenos Aires” Cecilia González Espul

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