–Son los que yo llamaba los “libros-almanaques”, porque vienen de la fascinación que yo tenía de chico por los almanaques. Como el Almanaque del Mensajero, que mi madre compraba; no sé si todavía se publica, era sobre todo para los provincianos. Era una maravilla para un niño, tenía calendarios, las fases de la Luna, las mareas, recetas de cocina, consejos de jardinería, medicina del hogar, cuentitos, poemas, y todo en un libraco así, de 300 páginas. Entonces, cuando hice La vuelta... y Último round, que eran materiales muy heteróclitos, los llamé los libros-almanaques. Y en alguna medida éste también lo es, porque son dos autores y cada uno toma el tema que le interesa en el momento, pero muy centrado en el viaje y en la autopista.
Un modelo del género es Le Grand Calendrie ou Compost des bergers (“Calendario de los pastores”). Publicado a partir de 1491, tuvo una gran difusión. Como matriz textual y género editorial, el almanaque tenía tres componentes, de los cuales los dos primeros nacieron con los comienzos de la historia de la imprenta:
-Una parte narrativa, ligada a los géneros más antiguos de los relatos (las relationes: relatos de viajes o relatos históricos) y de los exempla religiosos (género didáctico-literario de la Edad Media)
El Almanaque del mensajero al que se refiere Cortázar era originalmente un almanaque náutico con participación del lector. Salió por primera vez en 1901, y 1931 fue posiblemente el último año de publicación de esta serie por parte de la editora Sundt, ya que luego de unos años aparecerá bajo el sello editorial Peuser.
M. Sundt dio mucha importancia a la colaboración de sus lectores. Luego del índice de las primeras páginas, en el Almanaque de 1909, el editor daba este mensaje al público:
Esta obra debe su éxito al apoyo que ha merecido de parte de los lectores. Los innumerables datos e indicaciones espontáneas que hemos recibido, además de enriquecer el libro, han contribuido a darle ese carácter de obra popular que debe caracterizar a todo libro destinado á en contrarse en cada casa. Rogamos, pues a nuestros lectores quieran continuar esta cooperación tan útil, y seguir anotando en esta hoja las informaciones que creyeran conveniente dirigirnos.
Como en las agendas actuales, a continuación del mensaje, el editor dejaba unos cuantos renglones para que el lector hiciera – en su propio nombre – una contribución a la siguiente edición, a través de algún dato o corrección. Asimismo anotaba, en forma paralela al margen, la leyenda “Para cortar con tijera” y por si estas indicaciones no fueran suficientes, nuevamente el editor señalaba al pie de página, en el anverso y el reverso: “Córtese esta hoja por la línea señalada en el margen y remítase antes de fin de Mayo al editor, Sr. M. Sundt, Corrientes 1556, Buenos Aires.”
En otra página, el Almanaque incluía una tabla cronológica con corazones y escudos en blanco que el lector debía completar con los datos de su familia, empezando por los bisabuelos; en la página siguiente, titulada “Crónica de familia”, debían anotarse los acontecimientos familiares del año 1911. Según constaba en la portada, en la que hasta 1927 se leía el mismo texto–aunque variaran las viñetas y decoraciones de la página–, el Almanaque traía un compendio de “datos, hechos, fechas e informaciones” de la Argentina y del exterior; era “útil y entretenido para todo el mundo” y veníaprofusamente ilustrado “con mapas del cielo y numerosos grabados”. En el año 1917 se incluía la siguiente mención:“Premiado con diploma y medalla de oro en la Exposición de Artes Gráficas del Centenario. Buenos Aires Julio de 1916”.
Para el décimo aniversario de la publicación del almanaque (1910), con orgullo el editor
Sundt publicaba un facsímil de un texto autógrafo de Bartolomé Mitre, en el que el fundador de La Nación lo saludaba y le agradecía el envío de dos almanaques “que contienen, como el título lo indica, datos instructivos e interesantes para todo el mundo,siendo sobre todo interesante la parte astronómica y los mapas celestes de cada mes que las ilustran...”. En ese número también aparecía, con motivo del décimo aniversario, un recuadro que contaba la historia de la publicación, que había empezado como un folleto de 80 páginas y en ese momento llegaba a 356. En ese texto programático, Sundt hablaba del “plan de la obra”, que desarrollaba en siete partes, y del “programa propuesto” para ella: “que sea adornada con buenos grabados, que la impresión sea irreprochable, el papel bueno, la encuadernación fuerte, y finalmente, que el precio no exceda de un peso moneda nacional”. Asimismo, Sundt se refería al “carácter nacional”que el Almanaque había adquirido gracias a la “cooperación espontánea de los lectores”.
Por ese aporte, al parecer importante, la obra se distinguía de “todas las similares extranjeras, haciendo que se difunda en toda la República”. El editor tomaba este hecho “como asentimiento tácito del acierto de ese programa”, por lo que se proponía“perseverar hasta llevar a la obra a la perfección”.
Es interesante el hecho de que Sundt tuviera absoluta conciencia de que el género consistía en una fórmula editorial, en cuyo contenido el editor operaba de diversas formas: 1) como “autor”, interviniendo directamente en la escritura de los textos; 2) como editor, al derivar la producción textual a otros autores, como en el caso de las secciones del calendario y de las efemérides astronómicas, en las que se indican el o los autores responsables;y c) como mediador: editando las informaciones aportadas por los lectores.
En cuanto a estas últimas, no puede deducirse a partir de los textos cuáles provienen de los lectores. Sin embargo, resulta evidente que con la muerte de Sundt la página dedicada a solicitar información a los lectores perdió importancia y se convirtió en un simple recuadro que iba y venía entre las páginas preliminares y finales del volumen, en concurrencia con avisos publicitarios.
Comenta Beatriz Sarlo que los avisos insertados en las publicaciones semanales hablan al público, pero también de él. A través de ellos es posible averiguar qué tipo de consumo proponen o qué mitologías difunden (Sarlo 2000: 71). Por su parte, Parada dice, refiriéndose especialmente al Centenario, que la lectura de los avisos publicitarios es un “interesante camino para acceder a los hábitos de lectura” de esa época (2007:130)
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Al analizar los anuncios del Almanaque del mensajero, es posible notar que apuntan a un consumo muy diverso: desde maderas y maquinarias industriales hasta productos para la anemia y la debilidad, cigarrillos, etc.
Entre los elementos constantes del Almanaque del Mensajero se puede mencionar el formato: 13,5 (w) x 19 (h), aunque a partir de los años veinte pasa a ser un centímetro más grande: 14,5 (w) x 20 (h). Hasta el año 1915 – año en que se producen significativos cambios en la serie – el color de las tapas había sido rojo; a partir de entonces varía cada año. En cuanto a las ilustraciones de tapa, las de los años anteriores y posteriores al Centenario hacen alusión a la fuerza y a la velocidad: un cóndor sentado sobre una roca (1909), una dama vestida de República portando una antorcha (1910), una cabeza de león en una aldaba (1911) o una figura de león enmarcada en un bronce (1912), un aeroplano (1913), un auto de carrera (1914). En 1915 es significativa la figura de una mujer mirando hacia arriba, como interpelando o desafiando al cielo; no olvidemos que desde 1912 la editora es la Viuda de Sundt. A partir de ese año, las tapas y las imágenes varían de color y de imágenes sin seguir un patrón: un campo con el arado (1917), el mapa del cielo (1918), un paisaje a color (1921), un calendario azteca (1927), bosquejo de edificios de la ciudad (1931).
Otros de los elementos fijos del Almanaque son los índices: el más importante, el alfabético, está precedido por las principales divisiones de la obra: calendario y almanaque, reseña de todos los Estados independientes del mundo, historia del año, guía oficial (con datos estadísticos de población, educación, etc.), miscelánea, atlas, tarifas y fórmulas (con tablas para distintos usos, como la fórmula para calcular sueldos y alquileres o la de pesos y medidas, etc.).
La mayoría de estas secciones atestigua uno de los principales usos del almanaque, el de ser una obra de consulta diaria. Al decir de Lüsebrink, el almanaque fundaba su existencia sobre la necesidad fundamental de orientación – en el tiempo, en el espacio, pero también en la historia y en diferentes saberes útiles, al mismo tiempo divertidos”. Por otro lado, toma Lüsebrink la definición de Chartier del almanaque como una “máquina textual”, caracterizada por una “gran porosidad, una sorprendente permeabilidad a los saberes sociales, a los discursos literarios, filosóficos, científicos y otros, es decir a géneros y discursos múltiples y diversos” (Lüsebrink 2003: 345)
El calendario anual de siembra de todas las hortalizas y cereales, vacunas, fue un manual de agricultura y ganadería.
Uno que pertenece al año 1953 está fuertemente impregnado de la feroz política de propaganda que tuvo el peronismo y su mapa de la Argentina con las provincias de La Pampa denominada por aquel entonces Eva Perón y el Chaco con su nombre Juán D. Perón.
A pesar de tener los datos correspondientes al año en el que pertenecía, se atesoraba por años porque más allá de que se desactualizaban los datos que contenían en muchos casos tienen vigencia hasta el día de hoy. Cortázar lo toma como ejemplo de un libro que sin demasiado orden tiene una variedad de contenido de toda índole. Una especie de álbum variopinto al que se le fue añadiendo recortes durante mucho tiempo y luego se edita, el resultado sería ese, muchas cosas interesantes sin tener un hilo conductor. El libro de Manuel es también una especie almanaque Peuser pero ahí sí su prosa tiene una historia triste y hace frío...
Muy interesante. Irene Sotos Erce
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