Mi primer recuerdo de los carnavales de agua viene de la mano del sentimiento de mis bronquios destapados y el claro aire de las sierras cordobesas. Regresan a mi mente con cariño esas épocas de vacaciones en Córdoba, cerca del pueblito de Río Ceballos, allí donde el tío de mi padre tenía un chalecito llamado "Mi Ilusión" que solía facilitarnos para pasar en familia unos cuantos días en medio de la naturaleza serrana. Épocas en que vacacionar significaba al menos un mes de dolce far niente.
La casita se encontraba ubicada en la parte más alta del barrio Luján y desde esa posición uno podía incluso tocar las nubes a su paso si se lo proponía. En la esquina una barranca que apenas lográbamos subir con el viejo 4L de mis primas-abuelas debido a su pronunciada inclinación, la misma que con el tiempo y las lluvias obró como condena de muerte para la propia colina, deslavada sin miramientos.
En la otra esquina el club social con pileta olímpica que nunca vi funcionando y la casa del amigo que siempre nos daba paseos en su sulky canasta.
Alrededor solo monte cerrado y fauna de todo tipo. Zorritos, vivoras, lagartos overos y cientos de las mejores arañas.
La casita se encontraba ubicada en la parte más alta del barrio Luján y desde esa posición uno podía incluso tocar las nubes a su paso si se lo proponía. En la esquina una barranca que apenas lográbamos subir con el viejo 4L de mis primas-abuelas debido a su pronunciada inclinación, la misma que con el tiempo y las lluvias obró como condena de muerte para la propia colina, deslavada sin miramientos.
En la otra esquina el club social con pileta olímpica que nunca vi funcionando y la casa del amigo que siempre nos daba paseos en su sulky canasta.
Alrededor solo monte cerrado y fauna de todo tipo. Zorritos, vivoras, lagartos overos y cientos de las mejores arañas.
Todo sigue allí, en el mismo lugar pero con muchos más vecinos que antes, aunque las viejas casas como la de doña Azunta, que nos vendía los huevos de sus gallinas y el pan horneado en su horno de barro , hayan sido devoradas por la vegetación que nada perdona.
Incluso la vieja escalera de mil escalones que bajaba desde la sierra hasta la plaza circular, se encuentra abandonada y cubierta de hierba y con escalones faltantes como una sonrisa desdentada en medio de la naturaleza.
Incluso la vieja escalera de mil escalones que bajaba desde la sierra hasta la plaza circular, se encuentra abandonada y cubierta de hierba y con escalones faltantes como una sonrisa desdentada en medio de la naturaleza.
Para hacer las compras había que caminar unos cuatro kilómetros hasta el pueblo. O lo hacíamos por las sierras o siguiendo la ruta que une Pajas Blancas con Río Ceballos.
En eso estábamos, caminando a la vera de la ruta en una calurosa tarde de Febrero cuando un viejo camión Bedford cargado con tambores de acero y una multitud de jóvenes con el torso desnudo, nos sobrepasó, no sin antes descargar sobre nosotros varios baldes de fresca agua clara.
La sorpresa inicial trajo de la mano el alivio al calor y este finalmente la alegría que se festejaba con una risa lanzada al aire con todas las ganas.
Primero supuse que habría un insulto y sin embargo, cuan equivocado estaba, todos saludamos con la mano en alto a los vándalos del camión, mientras nos salía de la boca entre carcajadas húmedas un "gracias" que tenía mucho que ver con el calor de plena tarde.
Lo más divertido de aquellos carnavales de los años 60 eran las batallas de agua. En el barrio SUPE de Banfield había encuentros memorables entre vecinos que se reunían siempre en las mismas cuadras a jugar. Con "Bomberos locos", pomos comunes, bombitas o baldes, la idea concreta era una guerra a batallarse en cada cuadra del barrio y que tenía como contendientes a dos bandos que no hacían distingo de edad. Chicas contra chicos y allí entraban desde la abuela hasta el crío con pañales que posiblemente fuera su nieto.
Al igual que en una Convención de Ginebra para la batalla con agua, había una regla de oro que no se podía quebrantar: nadie podía atacar o , lo que es lo mismo, mojar a alguien de su mismo sexo.
Y como la espuma en aerosol no estaba en los planes de ningún industrial, el agua perfumada era un lujo que solo muy pocos tenían en cuenta, aún cuando ya desde la época de la colonia se usaran cáscaras de huevo vacías y rellenas de agua perfumada como granadas de mano para atacar delicadamente a las más delicadas fosas nasales.
Lo mejor de estas húmedas armas era el agua extraída de pozo, que por suerte venía bien fresquita, tanto como para paliar la más intensa quemazón veraniega.
Lo mejor de estas húmedas armas era el agua extraída de pozo, que por suerte venía bien fresquita, tanto como para paliar la más intensa quemazón veraniega.
El Corso nunca me gustó. El papel picado tampoco. Las caretas menos. Disfrazarme lo hacía en cualquier momento del año, así que para mí la esencia del carnaval estaba en estas batallas de agua que tanto nos ayudaban a conocer y querer a nuestros vecinos más cercanos. Los mismos que nunca olvidaré.
Lo demás no era tan divertido.
Taluego.
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