En Julio de 1983 una masa de aire frío procedente del océano Antártico se instaló
durante diez días sobre la parte alta de la meseta antártica, donde está
ubicada la estación científica rusa de Vostok. La
corriente impedía que llegasen a esta zona masas de aire más cálido
procedente de latitudes más bajas, lo que aisló a la estación y creó las
condiciones para que se dieran las temperaturas más extremas jamás registradas.
Además,
la ausencia de nubes y una capa de minúsculas partículas de hielo
suspendidas en el aire -fenómeno conocido como diamante en polvo-
contribuyeron a que el calor procedente de la superficie se disipara en
el espacio.
La meseta antártica del este, donde se sitúa
Vostok, está muy lejos del océano y a una altitud de 3.488 metros, lo
que la hace ser casi siempre extremadamente fría, de forma que se podrían alcanzar los
-96º si se llegase a un periodo de aislamiento provocado por corrientes
frías semejante a la que asoló Vostok en julio de 1983. No muy lejos de estos valores, el record alcanzado el 21 de julio de 1983 fue de -89,2º, cifra para nada despreciable, sobre todo si usted se encuentra lejos de una fuente de calor que le caliente las manos, o en este caso las patas.
Aquel día histórico un grupo del Ejército Argentino se encontraba de visita en Vostok y había estacionado su medio de locomoción en la entrada misma del complejo. Para ser más preciso en un canil improvisado y a la intemperie, donde los perros que habían arrastrado los trineos soportaban las temperaturas como si se tratara de pleno verano.
Esos "bichos de tareas" eran ejemplares de la raza Perro Polar Argentino (PPA) una variante creada por médicos veterinarios del Ejército
Argentino, con el objetivo de dotar a los
miembros de las expediciones antárticas argentinas y a los habitantes de
nuestras bases, de un compañero recio, inteligente, afectuoso, eficaz y
trabajador incansable , provisto de un enorme y encomiable espíritu de
sacrificio. Una raza que era, en todos los sentidos, productora de los
mejores perros de trabajo que jamás se vieron por las tierras australes.
En el origen del PPA se encuentran las principales razas árticas de
trabajo, y la formación de su base genética y la estabilización de su
estándar insumieron a los militares 31 años de trabajo. Era un cruce de Husky Siberiano, Alaskan Malamute, Groenlandés y Spitz Manchuriano.
La necesidad de desplazarse rápidamente, a bajo costo y con seguridad, motivó a un equipo de más de treinta suboficiales enfermeros veterinarios del Ejército, comandados por Héctor Martín y Félix Daza Rodríguez, a desarrollar esta raza canina capaz de arrastrar grandes cargas a través de largas distancias, fácil de criar y mantener y capaz de cumplir funciones operativas similares a las de los transportes mecánicos a orugas.
Animal corpulento y de respetable peso (60 kg el macho y 52 la hembra), el PPA estaba bien protegido contra las bajas temperaturas mediante su triple pelaje, que incluía capa de lana, pelo propiamente dicho y subpelo, además de una capa adiposa subcutánea de 2 cm de espesor.
Su temperatura normal de trabajo era de -70ºC, y como hemos contado a modo de introducción, se ha documentado que se encontraban de visita y esperaron tranquilamente en el exterior de la base Soviética Vostok el día en que se registró el récord mundial histórico de frío (-89,3ºC).
En lo cotidiano los PPAs cumplían la vital función de ayudar a los soldados a evitar las grietas, trampas mortales en aquellas latitudes. Eran capaces de detectarlas por medios que no han sido desentrañados, aunque se ha sugerido que el olfato tendría alguna función en el fenómeno.
El más eficiente en esta capacidad era un ejemplar llamado "Poncho" que se destacó por su increíble capacidad de avisar a los hombres de que frente a ellos se encontraba una grieta oculta. Se alimentó su leyenda cuando en una oportunidad, además, guió con toda precisión a un equipo de rescate hasta los sobrevivientes de un accidente de aviación. "Poncho" fue embalsamado por el sacerdote Juan Ticó, y su cuerpo se conserva en la ciudad de Ushuaia.
Eran impresionantes animales de tiro, con
una capacidad de tracción que duplicaba la de cualquiera de las razas de
las que descendía, con increíbles registros de resistencia y velocidad.
Un tiro de 11 perros polares argentinos era capaz de arrastrar un
trineo cargado con 1,1 toneladas a 50 km/h en terreno llano y a 80 en
terrenos de 45° de inclinación durante 6 horas ininterrumpidas.
Los Polares se alimentaban una sola vez al día (el doble
que los Huskies siberianos), pero igualmente su mantenimiento era
incomparablemente más barato que el gasoil de los tractores, que por
supuesto no rendían las mismas prestaciones que los perros. Ni siquiera
era necesario darles de beber, ya que solventaban sus necesidades de
agua ingiriendo hielo.
Lamentablemente el Tratado Antártico de Protección del Medio Ambiente, convenio asociado al Tratado Antártico del que la Argentina es firmante, dispuso explícitamente en 1991 el retiro o sacrificio de todos los perros polares argentinos del continente austral por considerárselos "especie exótica". La fecha límite para la evacuación del PPA se fijó para el 1º de abril de 1994, y la Argentina decidió cumplir con esta obligación, trasladando toda su dotación de PPAs al continente sudamericano.
Entre los motivos se invocaba una conclusión del Scientific Committee on Anctartic Research que decía que los perros presuntamente "transmitían el moquillo a las focas", además de que los perritos "depredaban las pingüineras" y "albergaban en su pelaje parásitos capaces de alterar el equilibrio ecológico de la Antártida".
Sin embargo, con el tiempo se ha determinado que la enfermedad de Carré, distemper o moquillo canino, no se transmite a los pinnípedos ni a ninguna otra especie diferente de Canis lupus. Las focas tienen su propia versión del virus, como los gatos (Panleucopenia felina) y los monos (catarro de Fisher), pero no existe la infección cruzada interespecífica.
Las bases antárticas argentinas donde se criaban y mantenían los PPAs (San Martín y Esperanza) conservan los registros oficiales de inmunización, y ello demuestra que todos los ejemplares fueron vacunados como marca la ley, esto es, dos dosis al cachorro y un refuerzo anual para todos los adultos, incluyendo la revacunación anual para hembras gestantes que impide la infección de los ejemplares neonatos. Las expediciones temporarias (es decir, sin base permanente) provistas de perros estaban obligadas a seguir también este plan. La efectividad del mismo se demuestra en el hecho de que, durante el período operativo del PPA en la Antártida (1951-2004), no se registró ni un solo caso de moquillo en las bases argentinas ni de ninguna otra nacionalidad, concluyéndose que la enfermedad nunca estuvo presente en el continente antártico.
Por el contrario, las únicas enfermedades evidenciadas por los perros antárticos consistían en parasitosis y dermatitis transmitidas a los cánidos por pingüinos y focas.
Respecto de la depredación de focas y pingüinos, las fuentes afirman que, si bien puede alguna vez algún perro haber devorado a un pingüino, ello sería beneficioso, ya que habría ayudado a controlar la grave superpoblación que esas aves sufren en sus sitios de reproducción antárticos. Respecto de las focas, es impensable que los perros atacaran a animales diez veces más pesados que ellos.
El equilibrio del ecosistema antártico, en realidad, se vio perjudicado con la expulsión de los perros polares argentinos, ya que debieron ser reemplazados por tractores a combustibles fósiles, con la consiguiente carga de contaminación y residuos que esto conlleva.
Un caso de injusticia proteccionista sin fundamentos, que se llevó consigo a toda una raza de animales expléndidos.
Tal vez por verse impedido su uso en las tareas para las que habían sido diseñados, es que el Ejército Argentino descuidó a los animales durante su reinserción en el continente.
Incluso Argentina no denunció la injusta medida del TAPMA aunque, como firmante, ejerció su derecho de votar en contra de la expulsión del PPA, cosa que no fue más que un formalismo. Sometida a la voluntad de la mayoría, Argentina retiró sus perros en dos etapas: los 58 ejemplares existentes fueron divididos en dos grupos de 30 y 28 animales y trasladados a Tierra del Fuego.
Lamentablemente luego de 43 años de trabajo continuo en la Antártida y sin contacto alguno con otros perros, el PPA había perdido la inmunidad natural a las enfermedades comunes en los perros.
De los 30 componentes del primer grupo se trasladaron ejemplares a Ushuaia y a Mendoza, 28 de los cuales murieron durante el primer año, haciéndose imposible el cruzamiento y reproducción de los únicos dos sobrevivientes puesto que ambos eran machos.
Tampoco se tomó recaudo alguno por proteger a la segunda tanda. La mayoría de los animales del segundo embarque sufrieron la misma suerte, y los escasos sobrevivientes fueron entregados a familias adoptivas distantes unas de otras, sufriendo cruzamientos con ejemplares extraños a la raza, diluyendo así la genética del Perro Polar Argentino entre la población canina fueguina. Hoy en día la raza es considerada extinta, aunque se hablaba de un ejemplar vivo en el año 2008 que no pudo demostrarse como PPA puro.
Seguramente nadie puede dudar de la profunda raíz argenta de estos animales, cuando sus destinos han sido protegidos con el mismo desdén que los del pueblo que les da su nombre.
Taluego.
La web de la base Marambio nos regala el libro "Poncho" "La legendaria vida de un Perro Polar Argentino" cliqueando en este link:
Consultamos a :
http://es.wikipedia.org/wiki/Perro_polar_argentino
http://perropolar.blogspot.com.ar/
http://www.marambio.aq/perropolar.html
http://www.rpp.com.pe
http://es.goldenmap.com
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