Si ya sé que ando medio pesado y usted de mal humor, pero no lo engañé, de verdad le digo, no le voy a hablar del perro como aquella otra vez, no esto tiene que ver con otro tipo de amigo.
Digamos que durante mucho tiempo fue vilipendiado y tratado como un extraño con mal olor corporal. Nadie aceptaba conocerlo y nadie se animaba a hablar de él. Era un paria dentro de la sociedad aún cuando todos quisieran contar con él como amigo.
La cosa se revirtió allá por los inicios de los años 80 y él no tuvo nada que ver con ese cambio de opinión generalizado. Simplemente continuó haciendo lo que siempre había hecho con una perfección que alcanzaba el 99.9 %.
Para entonces pocos recordaban a sus antepasados y fue el Museo Británico quien trajo nuevamente al conocimiento público los restos de sus parientes del medioevo.
Pero yo a este amigo lo recuerdo de otra forma.
Supe de él por un programa cómico donde un señor muy atildado pero tímido, entraba en una farmacia a comprar algo con una actitud de por sí extraña, ya que, curiosamente, buscaba ser atendido por el farmacéutico dejando de lado a la pulposa empleada y a la eficiente y servicial esposa del titular de la botica.
Algo raro pasaba, pues luego de reiterados intentos y balbuceos el hombrecito atildado y tímido terminaba comprando una simple y solitaria aspirina.
Todas las semanas lo mismo y todas las semanas veía como los adultos a mi alrededor encontraba sumamente graciosa esa situación. Hablo de la "situación", pues reírse del hombre per sé habría sido de muy mal gusto y de un tipo de televisión mucho más moderna y de ¿avanzada?
No recuerdo cómo ni cuando me enteré de cual era el producto que trataba de comprar el señor infructuosamente, pero lo viví en carne propia en aquellas épocas neo victorianas donde la revista Para Ti (dedicada a la mujer moderna de entonces) era lo más cercano al porno nacional y los militares y las ligas de la decencia y la moral vigilaban nuestras vidas. Que curioso que se llamaran "ligas" y que nadie las censurara.
También yo he sido ese señor, pero de chico. Entrar en la Farmacia y encarar al hombre tras el mostrador debía ser una acción sumamente bien planificada, como si se tratara de la toma de una colina en cualquier guerra de principios del siglo pasado.
Al llegar hasta él se debía pronunciar despacio y claro la frase: "Una caja de preservativos, por favor" y si el farmaceutico era un tanto sádico y se hacía el que no entendía para disfrutar con nuestro sufrimiento pidiéndonos la repetición en voz más alta, podíamos variar nuestro accionar con réplicas mucho más descriptivas y específicas tales como, profilacticos, forros, condones, Tulipanes, Camaleones, etc. pero nunca elevar la voz. Bajo ningún concepto alguien más debería enterarse de nuestra adquisición de tan chancho artilugio.
Si por el contrario nuestro ardid era interceptado por la rubia despampanante de tremendas tetas que atendía usualmente la caja, emprendíamos la retirada de forma inmediata, pues soldado que huye sirve para otra guerra, o al menos tendrá otra oportunidad.
Intuíamos que éramos obvios y que las chicas del mostrador podían hasta disfrutar de nuestro sonrojo, pero insistíamos con el plan maestro.
Hasta que supimos que en los kioscos también había.
Curiosamente en Argentina, en 1947 comenzaron a instalarse dispensadores de preservativos en los espacios públicos. Tras la caída del gobierno democrático (1955) desaparecieron las fábricas de preservativos, los dispensadores y hasta los baños públicos.
Fíjese que hasta los 90 no recuperamos algo tan indispensable como un simple dispensador en los baños públicos de los negocios.
El comprar en los kioscos tenía una secuencia similar que en la Botica. Elegir el kiosco, verificar en el terreno que quien atiende es varón y esperar el momento oportuno donde no hubiera clientes y atacar.
Seguramente el kiosquero gritaría hacia dentro de su local vivienda polifuncional - Hija, traeme un caja de profilácticos para el pibe- mientras uno se daba cuenta que de ahí en más, con la nena del señor kiosquero era casi imposible que pudiera existir un amorío sin recibir una piña o una agresión paterno genital.
El tiempo pasó y uno ya era habitué del mismo kiosco y cuando podía acumulaba para que no falte ante una maravillosa oportunidad de orgía que nunca se daba. Pronto, supongo que los farmacéuticos, hicieron rodar el rumor que los preservativos de kiosco venían pinchados o viejos o lo que fuera con tal de evitar que uno los comprara allá.
En medio de las corridas de rumores generalmente tomábamos uno de la caja al azar y lo llenábamos con agua en la pileta del baño sólo para verificar la no existencia de fugas. No no lo enrollábamos luego y lo tratábamos de usar, pero era una prueba de muestra que nos daba tranquilidad.
Im-pre-sio-nan-te. lo que aguantaban los bichos esos. Nada que ver con los que compraba mi viejo y que venían aplastados y con talco en lugar de gel en una tira interminable como de caramelitos de colores en una cinta de celofán. Estos aguantaban litros de agua hasta explotar en medio de un tsunami que dejaba el cuarto de baño más parecido a las piletas de Parque Norte que a un lugar donde sentarse a meditar.
Luego aparecieron los que venían con un sobre de gel adicional, texturados, con sabor, con luz, con música, grandes, gruesos, finitos...los usé todos. Eran mis amigos desde que en 1980 pasaron de ser palabra prohibida a ser la mejor barrera para evitar el contagio del SIDA. El mejor amigo del hombre recibió los honores que merecía. Y esta semana, aún cuando el Vaticano insiste en su guerra en contra de mi amigo, un cura de Suiza, más precisamente de la hermosa Lucerna, distribuyó en forma gratuita preservativos para quien los quisiera. Un gran tipo, porque es amigo de un amigo mío.
Pero, retomando el tema, luego fueron obligatorias las expendedoras en los baños. Ya no nos daba vergüenza pedirlos. Nos amigamos con esos "forros" que se interponían entre nosotros y ellas. Aprendimos trucos para ponerlos con velocidad y fantasía para que el momento no decaiga y se convirtieron en parte de la familia. Como tener siempre a la mano un paquete de galletitas.
Entonces, grandecito y recién casado decidí aprovisionarme como Dios manda y junto con Ruli (un amigo del alma) nos encaminamos hacia el Once sin mayores tapujos o vergüenzas. Allí en el barrio donde los judíos llevan adelante sus negocios mayoristas, encaramos uno que nos pareció barato y nos compramos una caja de mil unidades completa.
Quinientos y quinientos. Nunca más andar esquivando farmacéuticas o empleadas curiosas. Bueno al menos por un tiempo. Quinientos preservativos, profilacticos, condones, o como quiera llamarles, para cada uno de nosotros.
Claro, no nos fijamos en la fecha de vencimiento, ni en que pasados unos años nuestras esposas no serían tan gauchitas como hasta ese momento.
Llegaron los críos, armamos cumpleaños. Y fue entonces cuando agarré los últimos que me quedaban y los inflé para decorar el salón alquilado. Unos hermosos globos rosa, con sombrerito y escurridizos que, curiosamente, fueron los más solicitados por los pequeños invitados.
Claro, los papás no los dejaron venir a ningún otro cumple, pero eso ya es otra historia.
Taluego
Jajajajaja
ResponderEliminarQue bueno!!! este post es una bocanada de aire fresco. Lo necesitaba.
Si quiere divertirse imagine esto, por un problema hormonal yo no podía usar otro sistema de protección, a veces mi marido me llamaba por teléfono y me recordaba que nos habíamos quedado sin provisiones.
Entonces la que pasaba por esas situaciones incómodas era yo.
Luego se comenzaron a vender en caja grande en los supermercados, ahí en medio de latas de tomates y sardinas iba la caja de preservativos lo más disimuladamente posible.
Hoy me parece una tontería.
Un beso
Que buen relato Opin, que cualquier dios le conserve el talento y el sentido del humor.
ResponderEliminarFelicidades y un abrazo (500 eran muchos)
Jajajaja, con luces??
ResponderEliminarAdmito que el descubrimiento me paró en mitad de frase :-P
No hay fotos del salón decorado?
A mí no me queda otra que repetirme, pero bueno, hay cosas que son evidentes y no hay cómo evitarlas: es usted un genio.
Siempre un placer leerlo.
Besos!
Doña Cantares: Realmente una anécdota que le agradezco comparta conmigo.
ResponderEliminarSi, es verdad, aveces uno cubre los olvidos del otro en la pareja. Yo he comprado toallitas íntimas y tampones y lo superé como usted: con mucha altura.(Y como usted, los escondía entre toda la compra del super;)
Un cariño grande
Doña Noah: Siempre recuerdo las palabras de un amigo : todo puede ser contado de diferentes formas, lo importante es encontrar la adecuada a cada momento. Y yo trato.
ResponderEliminarHoy nos hacía falta un poco de humor por acá.
Un cariño en caja de tres unidades.
Doña Maga: Sabía que se iban a dar cuenta.
ResponderEliminarSi, existen y no son cómodos. Pero los que funcionan de maravilla son los flúo o fluorescentes. Usted no se imagina los ataques de risa cuando uno apaga la luz y el adminiculo brilla por arte de magia avanzando por la habitación.
Es para filmarlo.
Desde hace tiempo creo que no se los vende más.
Seguro eran radioactivos...;P
Un cariño
Que verguenza, daba comprar preservativos!
ResponderEliminarBueno, a mi todavìa me da verguenza.
Que voy a hacer, soy de la guardia vieja.
Bien escrito, un abrazo.
La verdad, con textos así, con esa carga de ironía, de humor, de comunicación expresiva y eternamente bien escrita, cualquiera se atreve a publicar. Pero lo haré, eh... lo haré hoy mismo, esta misma tarde, quizás por la noche... anda perdido buscando una foto, buscando tras la foto, un hueco que se convierta en momento para poder encontrar la combinación de teclas idónea para subir a mi blog el nuevo relato. Hoy, sin falta...
ResponderEliminarPero vuelvo al suyo... que si por mí fuera, de verdad, me haría comentarista profesional de blogs. Porque disfruto, y de qué manera... ufff...
Me he reído buscando un perro, me he sorprendido no encontrándolo y viendo lo que empezó a suceder en su Argentina por el año... ¿1947?
Madre mía, en España, sólo hace un puñado de años que encuentras preservativos, como quien encuentra caramelos en esas máquinas. En algunas zonas, retrógradas en grado sumo, aún hoy es imposible. Y le hablo de aquí, y desde aquí, eh...
En fin, amigo, voy a buscar una máquina expendedora de preservativos, perdón, quise decir de cafés "calientes"
Un abrazo, "preservado"
Mario
Don Mario:Ya me estoy preparando para su próximo texto. No se haga rogar hombre que ya ha pasado un mes o más desde el último.
ResponderEliminarSi, es verdad, hay muchos históricos que no he pasado a leer y son materia pendiente, pero es que me estoy quedando cada vez con menos tiempo. Creo que he inventado una nueva enfermedad psiquiátrica, el "Blogolismo" o "Blogodependencia".
Voy a tener que ir cerrando algunos.
Gracias por venir hasta acá desde tan lejos.
Un abrazo.