jueves, 22 de junio de 2017

Cuento - Elecciones

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Yo la elijo a ella.

Los dos morochos que pasan en la misma moto me miran con ganas de bajarse a pelear. Pongo cara de malo y meto la panza para desafiarlos de la manera mas pasivo-agresiva posible. El tipo de atrás asemeja un búho, como la nena de El Exorcista su cabeza parece girar 360 grados para seguir mirándome fijo.

Detrás de mí está mi mujer desahogándose con los carteles de los candidatos populistas de turno. Ayer vimos a los militantes una hora antes de la veda electoral cubriendo con sus afiches los de nuestros candidatos. Ahora Silvia toma venganza. Sabe que ganamos y se desquita con los afiches de caras en pose de prócer y PhotoShop que los rejuvenece veinte años. La juventud al poder, según dicen y la experiencia al cementerio.

Silvia ha dejado los afiches de cien metros de marquesinas de obra en construcción desparramados sobre la vereda. Dos chicos de no más de seis años la miran como si se tratara de la bruja loca de algún cuento. Mientras tanto mi peor es nada se seca el sudor de la frente y trata de regular su respiración ahora agitada.

-Son unos chorros hijos de puta. Con lo que se afanaron en estos años podríamos haber erradicado la pobreza y creado industrias para que la gente tenga trabajos dignos. Pero no, tooodo asistencialismo a criterio del presidente. Si quiere te da , si quiere te quita....

-Como decía el abuelo - completo yo- este país se arregla con un paredón de cien kilómetros donde fusilar a todos los políticos corruptos...

-Y todos abogados. - se engancha ella- Sólo quieren ocupar cargos para robar, no para servir. Y se dicen de izquierda...¡por favor! si son más fachos que Mussolini y Hitler juntos.

Mi tesoro es así y así la quiero. Cuando la conocí no hablábamos de películas, ni de la música que nos gustaba , ni de viajes, ni teatro, ni de nada de eso. Hablábamos sobre el terrorismo, la subversión, nuestras vidas bajo los regímenes militares y cómo sobrevivimos a los otros.

Entramos inmediatamente en sintonía. Yo delirando por la centro izquierda y ella separada de un Montonero que la maltrataba. Ambos productos de una fracción de la sociedad que no cree en iluminados ni en líderes paternalistas. Diría que nos terminó uniendo el espanto y el escepticismo crónico que nos inundaba.

-Los de la moto querían fajarnos...- le digo para que entre en razones.

-Te apuesto a que esos dos viven de planes asistenciales, estoy segura. - continuó sin interpretar mi reclamo de indefensión- Y yo me rompí el culo trabajando para que esos dos vivan sin mover un dedo. Dejálos, que vengan, van a ver como les hago un enema de boletas de su partido...-

-Pará Negrita. - traté de calmarla mientras vigilaba que los tipos no volvieran- Mirá que hay países en donde el gobierno te manda gente armada en motos para que te borren del mapa...

-Que vengan- dijo con la cara enrojecida por el odio- Me voy a cargar a uno de ellos aunque sea a mordiscos...

Y no era broma. Es que Silvia es de la época donde con la cultura del trabajo se solucionaban todos los problemas. Nos educaron con la idea de que existiría por siempre una movilidad social basada en el esfuerzo y el estudio. Tanto ella como yo nos la creímos y tratamos de ser buenas personas cumpliendo con el ideal.

Ella llegó desde el campo apenas cumplidos los 16 y con la secundaria completa. La típica niña pobre, inteligente y llena de esperanzas. Dos años del secundario rendidos libres y un padre que la despidió con toda la tristeza del mundo y un único mensaje: - Cuidate mucho. Si no te cuidas vos, nadie podrá ayudarte. - Y es que la pobreza no arma puentes con los poderosos ni puede comprarlos.

Ella llegó a quedarse en la casa de la abuela, allá lejos, cerca de la villa, en pleno gran Buenos Aires. A dos horas de viaje a cualquier lado. Incluso a una facultad controlada por los militares y subvertida por militantes dispuestos a "plantarle" propaganda con tal de hacerla caer en desgracia. Pero Silvia supo ser cuidadosa revisando siempre su cartera antes de pasar por la guardia.

Sin un peso partido por la mitad, fue mesera, promotora y vendedora, mientras continuaba sus estudios en la facultad. Nada de salidas ni diversión. Sabía que si volvía al pueblo terminaría siendo la vieja peluquera que vivía pendiente del cotilleo.
Su madre la soñaba allí. Cerca de ella por siempre.
Ella no.

Sin dinero ni para libros, debía ser la primera en llegar a la biblioteca universitaria para obtener por un día un ejemplar que todos se disputaban. Claro que era a las cuatro de la mañana cuando salía al descampado donde aún dormían la borrachera los vagos que no conocían otra droga, para así conseguir el único  y primer colectivo del día, que la llevaría hasta la estación de aquél  tren sucio y solitario que  la dejaba a diez largas cuadras de las puertas de la universidad.
Perdió peso, juventud, amor y oportunidades, pero se recibió con honores.

Cómo podía explicarle que ya nadie necesita comprar un libro que Internet regala, que nadie estudia a menos que piense abandonar el país y probar suerte donde la meritocracia aún no se encuentre ausente. Cómo explicarle que el mundo no está hecho para los buenos. Que "moral" ya no existe en el vocabulario moderno y "éxito" sólo significa tener más que los demás.

Silvia ha acumulado odio contra aquellos que rompieron las reglas, pero no se siente infeliz. Ha logrado sus objetivos. Y cuando ve a algún inepto que ha llegado al poder para robar lo que aporta el pueblo, simplemente se descarga arrancando su imagen de las paredes .

-Si vuelven esos dos facinerosos - me dice- insultales el candidato, hacélos cabrear todo lo que puedas, que cuando dejen la moto para pegarte, se las robo, te alcanzo y nos vamos volando...

Es que a los 73  sigue siendo una peleadora.

Por eso la elijo a ella.

OPin 2015
Imagen: Obra de Gabriel Sainz

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