jueves, 30 de marzo de 2017

Cuento - Tortugas mensajeras

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-Un cortado americano con una medialuna de manteca ? Dale. A la Mutual.  Bueno... por quién pregunto?....si, Luciana. ok...el muchacho está en diez minutos. Gracias, si bueno, chau... Ah ! ¿con cuanto vas a pagar? si, perfecto... así va con el cambio justo... Dale. Si, en diez. Hasta luego. Chau Chau...-

Mateo había dejado de atender las mesas para quedarse disimuladamente junto al mostrador mientras el encargado del turno levantaba el pedido. Disimulaba sacándole lustre a un porta servilletas de plástico de espaldas a los parroquianos que le hacían señas en vano con las manos en alto, firmando el aire para que pasara a cobrar.

-Che, salame !!!- le gritó sonriendo el encargado- es la minita esa que te gusta a vos. ¿Luciana, no?-

Mateo elaboró un acting de sorpresa que nunca le salía pero iba mejorando con el tiempo y simplemente respondió con un nervioso- yo? quién? No. , para nada...¿Luisana dijiste?...no...no sé de quién me hablás...- que no logró engañar a nadie.

-Te preparo el feca y te vas rapidito para la Mutual así le hacés el levante a la minita. Pero no tardes como la otra vez que se te junta el trabajo, y no te olvides que yo te hice la mano eh? me la tenés que presentar. No sabés las cosas que le voy a contar- soltó junto con una carcajada- Seguro que le interesa esa relación amorosa que tenés con Manuela desde los once años...- y no podía parar de reírse mientras le agregaba un poco más de espuma al café recién cortado.

Mateo comenzó a funcionar en modo oxido nitroso. Cobró la cuenta de tres mesas, sirvió otras dos y luego se quedó esperando que el Tano le preparara ese bendito cortado Americano con una medialuna de manteca.

Luciana, al igual que en todas sus vacaciones de invierno, ayudaba a su madre en las oficinas administrativas de la Mutual, justo en el contrafrente del edificio. Desde el primer día que había pedido su café al bar de la esquina había estado haciendo todo tipo de planes estratégicos en su cabeza.

-Vos sabés que el café de filtro no me gusta ma !!!- Decía cada vez que Carmen , su mamá, le recriminaba entre sonrisas sus reiterados pedidos al bar de la esquina.

-Para mí que es por el muchacho que los trae...-sonreía- La verdad que tiene una sonrisa compradora. Aunque con ese trabajo no parece buen partido.

-Buen partido, buen partido, si no lo quiero para casarme ma. -y con sonrisa pícara preguntaba- ¿Cierto que es lindo?.

-Son los peores bichita. Si por lo menos estudiara.

-Me dijo que el año que viene empieza veterinaria. Eso si pasa el examen, porque ya lo rindió mal una vez...

-¿No te digo ? Puras promesas, Los de ojos celestes son todos así, falsos, tramposos e incumplidores...

-Vos lo decís por papá, pero no me importa. Igual es lindo y la quiero pasar bien, divertirme un ratito. ¿Si no lo hago ahora cuando?

El teléfono interno sonó su melodía de electrónica china y Carmen le avisó a su hija que el muchacho del café estaba esperando en la vigilancia.
Las normas de seguridad en la Mutual impedían la entrada de repartidores o cualquier persona ajena al edificio, así que quién pidiese algo de delivery tenía que bajar y recibirlo personalmente en la planta baja.
Luciana tomó su cartera y escarbó buscando el dinero infructuosamente. Su madre sin siquiera mirarla extendió un billete en el aire que fue rápidamente arrebatado de su mano con un -Gracias, después te lo devuelvo-

- Cuidate, que no te vaya a embarazar con la mirada ! - le gritó la madre con una preocupada sonrisa  mientras el ascensor ya se cerraba -

Cuando Mateo salió con la bandeja vio que la calle Pasteur lucía las mejores luces de una mañana fresca de pleno julio. El tránsito caótico de autos y repartidores no podía eclipsar el sonido de su joven corazón caminando los cuarenta metros que lo separaban de lo que consideraba una cita.

En el camino recordó que la primera vez que la vio había pensado que era tan hermosa que apenas atinó a decirle a boca de jarro una frase robada de alguna película -No es justo ! Tus viejos te hicieron con Photoshop- y mientras el hielo se derretía logró anotarse el primer tanto de la tarde.
Él notaba que había posibilidades ciertas de éxito y que no debía esforzarse demasiado para al menos obtener una salida. Pero gracias a las pequeñas charlas que acumulaban ya cinco cafés y las correspondientes facturas, había averiguado que a ella le gustaba la banda del Indio Solari y él, ni corto ni perezoso, se había gastado parte de la quincena en dos entradas que traía en el bolsillo junto con un chocolate que seguramente le resultaría exquisito.
Es que como decía Casanova, en la conquista, el chocolate es mucho más efectivo que el champagne.

En el ascensor Luciana pegó su chicle en la parte interna de la baranda, desabrochó el botón superior del escote de su saquito y verificó el efecto resultante en el espejo. Humedeció los labios uno contra el otro y peinó sus cejas en un movimiento mecánico que siempre antecedía al de frotarse las mejillas para darles un poco más de color.
Su alergia a la mayoría de los cosméticos había sido una bendición en épocas en las que la belleza natural era bien recibida.
Juntó su larga cabellera sobre un hombro y la enroscó hasta darle la justa forma y vuelo que siempre le había gustado.
Hoy tenía decidido apurar el trámite y lanzar la mayor cantidad de indirectas y generar tantas oportunidades como le fuera posible para que Mateo hiciera su jugada de avance. No quería que el momento se diluyera y lo veía un poco tímido como para lanzarse sin sentirse totalmente seguro de su éxito.
Era consciente de que no tenían mucho tiempo antes de que terminaran sus vacaciones y debiera volver al colegio.

Cuando se abrieron las puertas del ascensor Luciana apenas alcanzó a vislumbrar a Mateo tras el mostrador regalándole una sonrisa franca y enamorada.
Súbitamente tras él una luz cegadora multiplicó la del día y miles de pequeños pedazos sombríos de vidrios y mampostería comenzaron un veloz viaje directo hacia donde se encontraba ella.
A medio camino del nervio óptico entre la papila óptica y los receptores del quiasma, la información de esa imagen se vio interrumpida y se perdió para siempre. Incluso, científicamente hablando, ella nunca llegó a ver la luz ni los pequeños trozos de vidrio y mampostería.
Al mismo tiempo estalló sobre su cabeza el ruido equivalente a un trueno, pero sorpresivamente apenas llegó a recorrer parte del camino que separa el pabellón auricular y la cóclea, destrozando en su camino los tímpanos y perdiéndose para siempre entre los sonidos jamás escuchados.
Esa misma presión del aire había impactado de inmediato sobre su piel desgarrando, lacerando, generando  dolor y una sensación opresiva que inició su camino sensorial en las ramificaciones nerviosas hacia la médula espinal rumbo al cerebro, lugar donde nunca llegaron, por alguna interrupción en el camino o porque el mismo ya no se encontraba disponible para recibirlos.
Simultáneamente el aroma a nitratos de pólvora quemada que inundó el aire atacó rápidamente los cilios de unos veinte millones de células olfativas sensoriales, pero a duras penas alcanzaron a transmitir su mensaje al bulbo olfatorio, dejando en medio de la ignorancia al sistema límbico y al hipotálamo que nunca los reconocieron.
En ese interminable milisegundo la boca de Luciana no pudo reconocer ningún gusto en particular. Tal vez un poco del sabor del chicle recién arrojado, o un dejo terroso que flotaba en el aire alborotado. Sin embargo sus papilas filiformes sí llegaron a sentir el calor que se le colaba en todo el cuerpo y quisieron dar aviso de alarma para ponerse a mejor resguardo. El mensaje fue tan veloz como le fue posible, pero tampoco llegó siquiera al  lóbulo témporoccipital. No hubo suficiente tiempo para recorrer ese largo camino.
Luciana, Mateo y 83 personas más, nunca se enteraron de lo que les pasó.
Para ellos dos el tiempo se detuvo en esa sonrisa enamorada, perpetua si se quiere. Una mirada de amor imperturbable.
Es que Dios nos ha creado intencionalmente con conexiones defectuosas, con neurotransmisores altamente perezosos, holgazanes como tortugas cansadas. Zánganos indolentes, remolones y haraganes. Es gracias a ellos que Luciana y Mateo  nunca llegaron a enterarse que en el mismo momento de estallar la bomba, el tiempo y el amor, se les volvieron eternos.

OPin 2015

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