jueves, 13 de octubre de 2016

Escarbando el cerebro

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En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina, más precisamente sobre la Av. Amancio Alcorta al 1500 (antes del predio de medicina laboral del gobierno de la ciudad y en la parte posterior del Hospital para enfermos mentales Dr. José Tiburcio Borda) existe un Monumento Nacional en ruinas. El Centro de Investigaciones Neurobiológicas. Un letrero reza: "Aquí la ciencia argentina del órgano cerebral realizó sus mayores descubrimientos en neurobiología, neurofisiología y memoria"

Pero a un neófito como yo le asalta la pregunta lógica de qué es lo que se hacía allí. Buscando un poco encontré un documento sobre un caso particular de plagio de un estudio de hace más de cien años (1883-1985), sobre la proeza neurocientífica de Alberto Alberti (1883), que más tarde fuera médico Primario del porteño Hospital Italiano. El caso fue redescubierto en la biblioteca del centro aunque no haya transcurrido dentro de dicho edificio.
La misma tiene que ver con que hace siglo y cuarto la cirugía cerebral casi no existía y la obra de este médico la permitió. Su logro permaneció oculto  mientras adelantos similares se realizaban en Estados Unidos y Europa siendo de conocimiento público desde 1909, año en que Harvey Cu­sh­ing logró el primer mapa, si bien restringido, de la corteza somatosensoria .


Hablando en sencillo el tema tiene que ver con que aún cuando la cirugía endocefálica (dentro del cráneo) se había originado en trepanaciones craneales prehistóricas, el mayor obstáculo para perfeccionarla había subsistido todos esos milenios: nadie estaba seguro exactamente de dónde había que trepanar.
Todavía no se sabía donde perforar el cráneo para acceder a la porción cerebral enferma. En muchos casos los pacientes – niños y adultos – fallecían por exceso de trepanaciones realizadas por puntos equivocados, ya que no existían métodos de imágenes internas y se trabajaba sólo con los síntomas sensorio-motrices que podían brindar alguna vaga pista.
Pero la verdad era que no se conocían los lugares del cerebro que manejaban cada cosa o creaban los síntomas. Cuando el tipo se moría por más que se investigara, sólo en muy pocos casos se encontraban los lugares que habían sido culpables del problema.
Eran épocas en que el tema del alma y la preservación del cadáver incólume impedían que los científicos pudieran investigar libremente. Época en que el "Galvanismo" de la mano de la pila de Volta permitía experimentar con la animación de tejidos muertos. Tiempos en que Mary Shelly escribía su famoso "El moderno Prometeo" más conocido como Frankenstein y que simplemente era una novelización de lo que la imaginación de la época vinculaba con los adelantos científicos del momento. 
La cuestión es que el invento de la pila realizado por Volta permitió a su sobrino Aldini electrificar cabezas de animales recién decapitados, moda circense de obtener muecas que a comienzos del siglo XIX se extendió por toda Europa. Pero electrificar cerebros vivos no era nada fácil por entonces. Baterías y generadores a manivela brindaban corrientes muy inestables, cuya fluctuación agravaba la buena conexión de los contactos. Recién en 1870 Fritsch e Hitzig lograron obtener síntomas motrices electroestimulando el cerebro de un perro. Inmediatamente se advirtió que esta técnica podría permitir gigantescos desarrollos en la neurocirugía, hasta entonces refrenados. Pero hasta el trabajo de Alberti, (nuestro heroe del principio, y hasta 1909) nadie logró "mapear" ninguna región cerebral significativa de un paciente.


¿Quienes comparten con Alberti el mérito del descubrimiento?
En 1874 Bartholow de Cincinatti se apresuró a proclamar el éxito sobre una paciente adolescente de trece años débil mental. Tras pedirle su consentimiento para colocarle corriente en el cerebro durante escasos segundos. El cruento experimento lo obligó más tarde a brindar "patéticas excusas en el Congreso de Londres de 1880, donde asistieron seis argentinos capitaneados por el Dr. Guillermo Rawson". Así es que en nuestro país, como en todo el mundo académico internacional, "se compartió la condena expresada por el mismo Bar­tholow, muy compungido, y por el Congreso de Londres con la prohibición de experimentos de tal tipo, a los que ahora exigía considerar como 'una acción altamente criminal'".
Menos de dos años después, en Nápoles, Edoardo Sciamanna electrizó con idéntico mal resultado el cerebro de su paciente Ferdinando Rinalducci , conectándolo igual que Bar­tholow sólo escasísimos segundos con buenos contactos y unos cien voltios.
Pero para desarrollar la neurocirugía seguía siendo ineludible perforar el cráneo, reimplantando el uso del trépano.


Por nuestros pagos un inmigrante polaco, Richard Sudnik, expulsado de Polonia por ser un estudiante revolucionario y recibido de médico en Paris donde, también, fue uno de los fundadores de la Sociedad Internacional de Electricidad, como no pudo lograr revalidar su título en Buenos Aires , en 1879 aceptó acompañar al general Roca en su Expedición al "Desierto". Siendo un muy buen clínico en el entonces fortín de Bahía Blanca, Sudnik llevaba con sigo dos generadores de electricidad. Experimentando en liebres patagónicas pudo establecer qué potencia podía emplearse sin daño en el cerebro vivo. Esta información era con la que contaba nuestro héroe Alberti en 1883 , quien atendía en San Nicolás a una paciente criolla. La mujer estaba afectada por una afección terminal que la estaba degradando en forma inevitable. Alberti logró mantenerla viva desde el 15 de septiembre de 1883, hasta bien entrado 1884, tal vez hasta junio, arriesgando sanciones profesionales y penales, así como la pérdida de su compromiso matrimonial. Pero gracias a este esfuerzo el médico pudo construir un mapa de numerosas localizaciones cerebrales de funciones motrices y sensitivas.
Hacia abril o mayo del  año 1884, Alberti terminó los experimentos. Sus resultados hubieran debido permitir que unos trescientos millones de pacientes neurológicos en todo el mundo pudieran beneficiarse con un método infalible de diagnóstico, un método para utilizarse desde la primera observación preliminar: el conocimiento de la localización anátomo-funcional de sus problemas. 
Pero nuestro héroe, el tercero en el mundo en lograr el mapeo que les cuento, cometió la inocentada de contárle su descubrimiento a un estudiante de veintidós años de San Nicolás al que Alberti permitió por una vez sostener el electrodo para instruirse. El tipo lo plagió, se doctoró con su trabajo, silenció a Alberti por diversos medios y, así, tornó los resultados en material del cual no se hablaba.
Solo cien años después y por casualidad, se descubrieron los archivos en ese viejo reducto del Borda, se descubrió al plagiario y al poco tiempo las viejas instalaciones pasaron al abandono en las que se encuentran al día de hoy.


El Dr. Alberto Alberti quedó condenado a una carrera profesional comparativamente mediocre  falleciendo en 1913 sin haber recibido el reconocimiento que merecía por tan impresionante tarea. Si usted se pregunta cuales fueron los estudios y descubrimientos logrados en esas viejas instalaciones, yo me arriesgaría a decir que casi todas fueron relacionadas al mapeo del cerebro humano, pero puedo equivocarme.
Aun hoy en día y en nuevas instalaciones se continúa estudiando con mucho más detalle, instrumental y conocimiento el mismo órgano que no nos ha contado todo lo que sabe.
Cerebros estudiando cerebros.
Cosas de locos.

Taluego.

Fuentes:
Bartholow, Sciamanna, Alberti: Pioneers in the Electrical Stimulation of the Exposed Human Cerebral Cortex

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