lunes, 13 de junio de 2016

Los pizarrones de mi vida

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Cuánto tiempo hemos permanecidos atentos a un pizarrón ? Cuántas veces habremos sufrido miedo escénico al tener que pasar al frente y exponer algo en el mismo ? Seguramente podemos hacer algunos cálculos aproximados, pero eso nunca llegará a explicar nuestra relación con esa pizarra negra o verde y sus amigas la tizas, temerosas del señor borrador.
Nada más fácil hoy en día que fabricar uno.
Usted necesita una superficie lo más lisa posible y un viaje a la pinturería donde le venderán una lata del material que una vez seco detruirá los nervios de cualquiera con tan solo raspar las uñas sobre él.
Desde la pizarra que nos regalaban de pequeños para practicar nuestros primeros palotes y que ahora jocosamente llaman I-Pads victorianos, la mayoría de los pizarrones que he conocido no han superado los cuatro metros de ancho por uno y medio de alto. Típicos maderamens verdes envueltos en polvo de tiza que lo único que hacían con perfección milimétrica era corroer la tela de mis trajes hasta el punto de destruirla definitivamente, o mejorar mi escritura al extremo de poder copiar todo antes que el profesor lo borrara sin siquiera decir "agua va".


Eran aquellos que la escuela pública había puesto de moda y resultaban económicamente viables en cualquier contexto económico.


De grande inicié mi época como instructor utilizando las más modernas pizarras de fórmica blanca y marcadores borrables. Y como si eso no fuera el sumun de la modernidad, filminas y retroproyectores, antecesores del Power Point y el proyector de computadora, me facilitaban la tarea al punto de que el pulso de mi mano fuera más importante que el contenido de lo que venía explicando.


Más tarde en la escuela industrial vernácula volvía a enterrarme en el polvo de tiza y a rezar para que la superficie del artefacto me alcanzara para todo lo que tenía que volcar.
Pero en la época de la regla de cálculo desarrollar un problema matemático podía insumir más de lo que la superficie de pizarra podía albergar y uno terminaba cayéndose de la pizarra y con ganas de seguir escribiendo sobre la pared.
En las universidades comenzaron a colocar pizarrones que cubrían la totalidad del paisaje y al que se podía acceder mediante escaleras, y en los casos más elaborados, mediante divisiones del mismo que se podían desplazar utilizando un sistema de contrapesos que facilitaban el movimiento.


En los años 60, cuando aún no existían las calculadoras de bolsillo, era usual que cálculos que hoy podríamos hacer con una aplicación del móvil, se realizaran en interminables planos de pizarrón, disponibles para que otros los miraran y analizaran. Vea por ejemplo las fotografías de los especialistas de la NASA, que calcularon el combustible necesario para poner al hombre en el espacio y que ante la falta de un ordenador o un proyector para mostrar Power Point aún no inventado, se veían forzados a treparse a varias escaleras y plasmar en tiza aquello que habían calculado en un cuaderno, o esporádicamente, con algún equipo de tarjetas perforadas.


Más tarde en el ámbito de las empresas y los grandes centros de capacitación profesional aparecerían las pizarras blancas contínuas que permitían escribir mediante marcadores borrables y una vez terminado lo expuesto se podían imprimir copias de lo hecho. A tal fin, además de contar con un escáner y una impresora láser, el sistema hacía girar la pantalla como en un rollo sin fin, momento en que si uno lo deseaba podía hacer que se borre lo dibujado.
Por supuesto que poco a poco fuimos perdiendo esa ventaja que era el poder de resumir en conceptos simples aquello que el profesor había enseñado. Ese ejercicio de tomar apuntes que tanto nos facilitaba el aprendizaje ha sido suplantado por la grabación o fotografía desde un smartphone, que si bien nos hace más sencillo llevar una copia de la clase, poco ayuda a reafirmar su entendimiento por miedo de habernos perdido de algo.
Luego vendrían las Pizarras Digitales Interactivas, que permiten hacer anotaciones manuscritas sobre cualquier imagen proyectada de ordenador, así como guardar las imágenes compuestas y controlar el ordenador desde la propia Pizarra Interactiva. En este caso el sistema se compone, normalmente, por un ordenador, un vídeo-proyector y la propia Pizarra Interactiva.


Pero el uso más moderno y de moda que ha conseguido la vieja pizarra o pizarrón nos remite al campo de lo gastronómico, donde gracias a letristas de gran calidad , se pueden poner a consideración de los parroquianos las ofertas o el menú del día.
Como sea, uno siempre recordará con cariño aquel pizarrón donde de pequeño y por primera vez en la vida, dibujó un corazón atravesado por una flecha , aunque el nombre invocado siga escondido en el polvo que dejó la tiza.

Taluego.

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El artículo Los pizarrones de mi vida fue publicado por OPin el lunes, 13 de junio de 2016. Esperamos que le sea de alguna utilidad o interés. Gracias por su visita y no olvide dejar su comentario antes de partir. Hasta el momento hay 0 comentarios: en el post Los pizarrones de mi vida

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